miércoles, 31 de marzo de 2010

Hunger (English version)

Sun was darkening. There were no leafs, there were no caterpillars and hunger was pressing. Finally he made up his mind. He devoured the child he was taking care off in the last few days. The meat was tender and with some unpleasant sweet taste. But he could not take it anymore. He threw up. Hunger disappeared. The light turned grey and dry. Hunger came back. His throat became witness of his anger and never swallowed again. His skin started to dry up and he did not move anymore.

When they finally found him he seemed to be peacefully sleeping. His skin was bitter dry. Beside him they also found the small bones from the baby he tried to eat. The people from the town decided not to bury him. He did not deserve it. In fact, they were very hungry. They devoured him and all went forgotten.

Skavenger


The firing birds are glancing round

with their teeth they're grounding

to the death around.


Hope you'll find my rotten flesh covering my bones

and cry again

to hear a sound.

lunes, 29 de marzo de 2010

Sag Ymath enyë Aramat (Parte 2)


Ymath vivía en los montes de Pyr, al sur de Myrvadiel. Vivía sólo. Un gran lobo gris era su única compañía. Juntos cazaban para sobrevivir y protegían el lago de las Tyëninn.

Ymath era alto y poderoso. De mayor talla que cualquier otro hombre, era capaz de vencer a un gran oso pardo con sus brazos como únicas armas. Una gruesa piel de doonta cubría su cuerpo y usaba un gran cuerno para anunciar su llegada. Su cabello era negro y grueso, y le cubría casi toda la espalda. Su barba era también negra y su piel dura como la corteza de un roble. Las gentes de Luadan lo llamaban "Piernas de Sauce" y decían que la fuerza de cinco caballos briosos no era suficiente para moverlo de donde estuviera de pie.

Durante casi todo el año, Ymath vivía en los montes. Pero en verano, pasaba todo el tiempo cerca del lago. Durante la estación de calor las Tyëninn se acercaban a la orilla y entonaban dulces y maravillosas melodías. Ymath se recostaba de alguna encina y dejaba que las Tyëninn lo alimentaran. Al llegar la noche, Fhen bajaba también de los montes de Pyr y se echaba al lado de Ymath. Piernas de Sauce dedicaba su tiempo a contemplar las estrellas. Las melodías nunca terminaban y pronto los vientos y las hojas muertas anunciaban la llegada del otoño.

Sin embargo, aquella noche sucedió algo inesperado. Ymath saboreaba una fruta del árbol Twë cuando las Tyëninn comenzaron a gritar y lamentarse. El gran Piernas de Sauce sabía que esto era señal de alarma y un mal augurio. Rápidamente, Fhen se ocultó tras de unos arbustos. Ymath hizo lo mismo tras un grupo de árboles Twë. A pesar de su tamaño su agilidad le permitía esconderse y pasar desapercibido.

Un pequeño ejército se acercaba. En medio de un grupo de altos guerreros, armados con grandes hachas y lanzas de doble punta, cabalgaba una figura aterradora. Su delgado cuerpo se ocultaba bajo una túnica negra que sólo dejaba ver un par de manos huesudas y de largos dedos. El extraño no giró su rostro, sin embargo, Ymath juraría que lo había mirado a los ojos. El poder que emanaba su mirada, logro producir un fuerte escalofrío en el cuerpo de Ymath.

La compañía se alejó hacia Tloë. Fhen salió de su escondite y se reunió con Ymath. -Eran sólo sesenta hombres- dijo el gigante. Pero Fhen sabía que Ymath había sentido el mismo temor que él, un lobo viejo y sabio, había experimentado cuando aquella figura embozada había atravesado su espíritu con la mirada.

Las Tyëninn estaban ocultas bajo el agua, junto a su padre. Pero una de ellas, cuyo corazón pertenecía a Ymath desde hacía mucho tiempo, se acercó a la orilla y lo llamó. Piernas de Sauce se acercó tembloroso aún.

- Es Aikhas, el amo de Sigart-Qyan - le dijo la doncella del lago.

Ymath estaba confundido. Este era su primer encuentro con la magia. La más terrible magia que existía entonces. Había oído hablar del hechicero. Las gentes de Luadan contaban horribles historias sobre los poderes del nigromante y cómo éstos le habían permitido esclavizar a muchos pueblos al sur del río Iriun.

- Viene a destruir Myrvadiel, el Castillo de la Dama- continuó la doncella.

- Que lo haga- pensó Ymath. No son mis asuntos. No soy un guerrero.

Ymath se alejó seguido por Fhen y comenzó a ascender hacia su hogar, los montes de Pyr. Pasaron algunos días, pero algo había cambiado. Ymath recordaba las palabras de la Tyëninn. Pensaba en el nigromante. En Myrvadiel. Sentía temor por sus amigos en Luadan y observaba angustiado como las aves huían hacia el Suroeste.

Una mañana comenzó a caminar. Bajó de los montes y siguió hacia la villa de Liek. Saludó a unos amigos y continuó hacia el gran acantilado. Descendió por el risco y caminó por la orilla del mar. Luego subió por las rocas del abismo de Oryck y, poco a poco, se fue acercando hacia los ojos del mundo. Pozos gemelos ubicados en una pequeña meseta, de aguas tibias, con sales vivificantes y restauradoras. Ymath no sabía por qué se dirigía hacia esos pozos, pero de pronto escuchó ruido de caballos y se ocultó tras unas rocas para poder observar, sin ser visto, a quienes se acercaban. Se sintió como un depredador, acechante y sigiloso.

El moribundo

No lo sé. Seguro no lo sabré nunca, pero creo que más que cruel, fue una muerte honorable. El hombre yacía en el campo. Uno de sus brazos estaba cercenado por debajo del codo. Tenías dos flechas clavadas en la pierna derecha y otra en el costado. Temblaba. Su ejército, o lo que quedaba de él, había huído en desbandada, perseguido por los vencedores. Su patria era ahora víctima de la violencia y el pillaje. No tenía a dónde regresar, sin sentir vergüenza al mirar los rostros de aquellos a quienes había jurado defender. No habría soportado tanta humillación. La daga que tenía clavada en la nuca, a medio enterrar, lo había dejado sin movimiento, pero aún respiraba. Bajé del caballo y me acerqué. Él sintió mis pasos. Cuando estuve a su lado, me detuve un instante. Su mano aferraba la hierba que le servía de lecho. Luego me miró. Creo que suplicaba en silencio. Levanté mi pierna derecha y con un movimiento rápido hundí la daga hasta la empuñadura. creo que sonrió antes de exhalar su último suspiro.

domingo, 28 de marzo de 2010

Alcance

No es tu irresistible tendencia a la mentira. Ni la falsedad de tus juegos y costumbres. Tampoco el vacío pobre de tus ojos.

Es la irremediable incapacidad para creer en ti, lo que me hace pensar que he logrado algo.

sábado, 27 de marzo de 2010

Mymlarth morëri (Canto de Mymlarth)


Elthe ani rëssgreth enlah eriath

enye eltheri albiras flotsarya enlah-na laifle

Anlathe obiranda-nës enlah enye alit nossera

Nossera

ephlaroi

ephlamuni aisther omnegaria

ressurne-mu enlah blondera enye aphla-lalith mererinda

orghe ensthalmertomui enlah glasseni, sarad Negherai

Desgarrante

En un arrebato de soledad y tobago me descubro atrapado, indefenso ante el destino del ariano imposible que, nacido en septiembre, sufre las consecuencias de una licantropía regida por estrictos principios éticos.

jueves, 25 de marzo de 2010

La clave del día

El frío se entromete en cada paso torpe e inesperado. Espero la mutación que me permita salir de la prisión repetida y sin rejas. Cada alegría se paga con penas aumentadas y el reloj se cierne cada día como cuentagotas de la desesperación pertinaz que me seduce y me hace transigir como conforme. No puedo salir, no puedo entrar, ya no se para que hacer lo uno o lo otro. No hay rejas, pero simplemente no hay entrada y no hay salida. Unicamente hay soledad.

La paridad del sol se desvanece, cada vez que busco una clave en el infinito. Clave que me acerque a mi mismo y me diga cómo tratar con estos extraños que me miran desde el espejo según el día y la hora. Oigo sus palabras salir de mi boca, llenar mis sílabas, pero no las comprendo, no las suscribo, aunque no se si eso tiene posibilidades. Solo puedo creer que se trata de variantes, que al fin es mi lengua que se azota contra mis dientes y percuta las palabras para responderles y hacerles saber que, yo, el primer inquilino de mi cuerpo soy el que finalmente decide.

Mi presencia me hiere y me amortaja. No hay lumbre que delimitar sobre la roca de la luz y todo se pierde detrás de la Luna que me acaricia y me invita a cegarme de ira y aplastar mi rostro contra la realidad. Quiero contestarles. Los del espejo callan, pero se que me escuchan, se que tampoco entienden esta multiplicidad ¿Como no extrañarse de ser desconocido para uno mismo? Acaso, la variedad no sea sino pedazos de vidas, las alcanzadas y las frustradas, que reclaman su espacio mientras esta ópera transcurre trágica y sanguinolenta, despedazada en medio de gritos y torturas.

miércoles, 24 de marzo de 2010

SAG YMATH ENYË ARAMAT (De Ymath y Aramat) (Parte1)


Luego de la rendición de la ciudad de Tlöe, los ejércitos de Uruwya se dedicaron a destruir y saquear. El valle de Korë fue arrasado. Las villas y los sembradíos fueron incendiados y muchos murieron. Allochar y algunos de sus hombres lograron huir hacia los bosques del Norte, pero pronto el hambre y las fieras fueron mermando su número y su espíritu.

Meses más tarde, los hombres de Uruwya encontraron el cuerpo de Allochar. Viéndose sólo y sin fuerzas para defenderse de sus enemigos, se lanzó sobre su espada para evitar que lo atraparan.

Uruwya comenzó a sentirse inquieto. Sus orgías eran cada vez más famosas por los excesos que implicaban, los animales que participaban y las vidas que costaban. Pero Uruwya estaba insatisfecho. Su ambición no lo dejaba dormir. Sólo pensaba en el último bastión de la gente de Ashka: Myrvadiel, el Castillo de la Dama. Uruwya decidió atacar.

La ofensiva comenzó con algunas escaramuzas, que fueron fácilmente rechazadas por los Hörni, los arqueros de la guardia. Durante meses trataron de acercarse los capitanes de Uruwya a las murallas. Pero únicamente conseguían la muerte o una vergonzosa retirada.

Llegó el invierno. Uruwya seguía enviando sus ejércitos a estrellarse contra los muros de Myrvadiel. Los guerreros comenzaron a odiar a su soberano, y en sus espíritus engendraron el deseo de asesinarlo. En primavera se produjo una gran rebelión y el propio Uruwya tuvo que tomar el mando de las tropas leales para someter a quienes en otro tiempo habían sido sus mejores capitanes. Los prisioneros fueron desollados vivos y las cabezas de los jefes rebeldes - entre ellas la del hijo menor de Uruwya - colgadas de las murallas de Tlöe.

El Castillo de la Dama se convirtió en un imposible para la ira de Uruwya que, poco a poco, fue desistiendo de su idea de tomarlo. En otoño partió hacia el Este, buscando nuevas tierras que conquistar y más nunca se le volvió a ver en el valle de Korë. Su hijo heredó el trono y se dedicó a consolidar su poder. El odio hacia Myrvadiel oscurecía su corazón y juró a destruirlo o morir ante sus puertas.

domingo, 21 de marzo de 2010

Equinoccio (12 años de Lunas)


Podría desmoronarme en palabras y no alcanzar a crear ni un terrón de buena poesía. Saltar al vacío y llenar de obviedades este espacio para tratar de decir lo que siento. Pero no, prefiero encerrar mis palabras en tu corazón y así hacerlas prisioneras de tus vaivenes, esclavas de tus designios.

Cómo decirte lo mismo sin que suene repetido, pero al tiempo avasallante. Cómo quedarme callado y gritarte mi sonrisa, cada vez que te veo, cada vez que te espero, cada vez que te pienso, cada vez que te beso.

Es tan difícil explicar la plenitud, la gloria, el desconcierto, cuando miro en tus ojos y sólo de ellos bebo. Sólo sonríe y déjame tocar el cielo, por detrás de las estrellas, dónde se esconden los sueños. Y que este sueño mío y tuyo sea eterno.

sábado, 20 de marzo de 2010

E-timo-lógica

Francia es un extremo imperturbable, pero el arrebol de la vida radica en el plomo certero de una azotea exacta

Divinidades

Que mi nariz escarbe tus tejidos

Y que mis labios se empañen con tus humores.

Quiero acurrucarme en tu aroma y permanecer estático,

Detenido,

Insomne,

Ausente de mi conciencia.

Rendirme a tu cabello y a los secretos de tu risa

Para inmolarme a tu salud, diosa de la muerte.

Dáctila

Qué hacer con los dedos

Si están fundidos al piso

Si tocan la vida y mueren

En la soledad de un bolsillo

La lluvia es como tus pisadas

La lluvia es como tus pisadas, gota a gota, repetidas, alejándose una a una, diez mil veces en la distancia circular del borde de mi desierto

Negativa manifiesta

No a la amistad. No a la cercanía timorata y al gusto sublimado. Quiero sangre agolpada y torpe discernimiento, quiero fuerza e irreverencia. Quiero mucho tiempo y poco espacio, distancia mínima de regateo dérmico.


Me empeño en más boca y menos palabras. Reniego de la simpatía y la solidaridad si entorpecen a la pasión y el desenfreno. En fin prefiero rendirme a tu aroma y tus manos menudas. Me atrevo gustoso a declararme incompetente para manejarme socialmente con tus encantos.

En teorías

“...cuanto penar para morirse uno”
Miguel Hernandez

Cómo sobrevivir al día con una vida de futuro atado, pero aún incierto

Cómo sobrevivir con un presente ensombrecido por la fatiga y el desasosiego, de no saberse sólo o abandonado, triste definitivo o alegre por renacer

Cómo saberse lo suficientemente anónimo como para pasar desapercibido a las parcas y partirle la cara al destino antes de que te alcance

Cómo seguir ocultando la pena y aguantando los todavía y los ya no importa que, uno tras otro, parecen demostrar que la soledad y la amargura siguen siendo la única solución a las idiotas risotadas de los lugares comunes

LA COLINA DE ATHALOCH (De un manuscrito encontrado en las ruinas de Akhen-Doi)

Athaloch bajó de la colina cabalgando. Era una mañana plomiza. El Sol apareció muy tímido y pronto se ocultó tras grandes cúmulos de nubes. La hierba estaba muy húmeda y le invitaba a recordar las ultimas mañanas de verano. Hasta hacia pocos días el mismo olor indicaba a los pequeños animales que salieran de sus madrigueras y buscaran alimento antes de que despertaran los grandes depredadores.

Llegó al pie de la colina. Ahí lo esperaban los siete truenos de Gryna. En perfecta formación, los hijos de la muerte lo invitaban a cometer una imprudencia. Lanzarse sobre ellos significaba caer en una trampa segura. Era necesario esperar.

(Frase ilegible).

De todas maneras, la muerte era el más seguro desenlace al enfrentarse a aquellos seres semi-humanos de mirada rojiza y aliento nauseabundo. Los siete truenos le habían esperado toda la noche. Su misión era destruir a aquel muchacho de ojos coléricos y carácter huraño que había osado retar la voluntad de la diosa.

Athaloch abandonó su hogar al ver el incendio de la ciudad de Tloe, a la que nunca llegó a acercarse.

(Trozo ilegible que termina con "... la ira de la diosa del mundo oscuro").

Su destino era otro y se encontró con él en una villa cercana al Leigh Daar. Los truenos de Gryna habían convertido un floreciente valle en un yermo maloliente. La gente moría de hambre y pocos niños sobrevivían después de los cuatro años. Muchos nacían deformes. Pero la gente de Khela no se rendía. Estaban empeñados en no abandonar su hogar y preferían morir en la tierra de sus padres que escapar de los siete demonios que los acechaban día tras día.

Allí en Khela, Athaloch comprendió que su deber era ayudar a aquella gente. Luego de muchos años conviviendo con los lobos de los montes de Gwyrd, había comprendido lo que era la solidaridad entre hermanos de raza. Además su voluntad ya no le pertenecía. La había extraviado en los ojos de una joven de Khela. Thenay-Lu era hermosa, la más hermosa criatura que pudiese habitar en el mundo. Su corazón se enterró en Khela apenas la vio, una tarde de verano cuando cruzó las puertas de la villa.

Athaloch dió una palmada al caballo. El noble bruto estaba sudoroso y tenso. Y su último pensamiento voló hasta ella. Luego desenvainó su espada. Tomó el hacha de guerra en su mano izquierda y alzó ambos brazos. Era la señal esperada. Los siete truenos aullaron y se abalanzaron sobre él.

Tres días después llegaron doce hombres de Khela. También llegó Thenay-Lu. No había sangre. No había huesos ni señales de violencia. Sólo encontraron un gran Lobo Gris gimoteando sobre una espada rota. Nadie volvió a ver a los siete truenos y, con el tiempo, la tierra se fue recuperando. La gente de Khela volvió a cultivar. Thenay-Lu se fue a vivir a una colina cercana. Construyó una cabaña con ayuda de los niños de Khela y ahí esperó su ultimo suspiro, acompañada por Garrna, el lobo gris que encontró donde esperaba hallar los restos de Athaloch. La gente de Khela comenzó a llamarla la señora de Athaloch-Mawr, la colina de Athaloch.

Nada se supo sobre el destino final del joven montañés, pero la gente de Khela asegura que todos los años, cuando comienza el otoño se escuchan los gritos de guerra de Athaloch, luchando contra los siete truenos de Gryna.

Como Irlanda (Para Yaneth)

Sentado sobre mi soledad perezco entre las sombras, forjo una espada con mi espíritu y con mis manos froto su canto para mostrarte su templanza y mi sangre dispuesta.

Pero cómo moler un témpano con los dientes? Cómo enfrentar una espada contra un batallón de lanzas fantasmales?

Prefiero pensarte como Irlanda, de prados verdes y montañas duras, frías y ásperas. Donde a fuerza de traiciones la esperanza se esconde al filo de los acantilados, hermanada al más voraz de los vértigos.

Te pienso como una isla casi inexpugnable, alejada. Rodeada de brumas y mares violentos. Me atrevo a imaginar que podré atar a ti mi destino, que podrás aceptar mi vida como obsequio y brindarme la ciudadanía en tus afectos. Qué querrás algún día confiar en mi brazo para combatir el miedo, que dejarás que la luz de mi garganta brille sobre tu geografía con fulgor de oro nuevo, para hacer de tus crueles y atormentadas rocas un prado más sereno. Si no es así, quiero morir incinerado en tus ojos, como un miserable cuervo.

Gloriosa

La vida es cruel como una cena gloriosa plagada de enanos circundantes al acecho.

Travesía

La travesía se había hecho larga. La ruta era más difícil de lo que se pensaba. Uno tras de otro los camiones viraban a la derecha, luego a la izquierda y seguían el sinuoso camino como en procesión. La mayoría había olvidado por qué había empezado el viaje. Pocos recordaban la ruta de regreso, pero a ninguno realmente le importaba llegar. Lo importante era seguir viajando.

Ese día a las cinco de la tarde

Finalmente lo habían logrado. Ahora conocían los errores del calendario juliano, del gregoriano, las mínimas variaciones de los cálculos mayas y aún más, los errores ciberneticos del último siglo. Ahora sí sabían la hora exacta. La ONU se entrevistó con los científicos. Quedaron impresionados y convencidos. Emitieron un boletín para todos los gobiernos del planeta. Era necesario comenzar a contar de nuevo. Se acordó un día en especial. El Natalicio de H.G. Wells. Ese día a las cinco de la tarde, se callaron todos los relojes.

HAMBRE

El Sol se oscurecía. No había hojas, no había orugas y el hambre acuciaba. Finalmente se decidió. Devoró al niño que había cuidado durante varios días. Su carne era tierna y con cierto aroma dulzón. No pudo soportarlo. Vomitó. Pero el hambre desapareció. La luz se tornó gris y seca. El hambre regresó. La garganta se hizo testigo de su ira y no volvió a tragar. Su piel comenzó a secarse y dejó de moverse. Cuando lo encontraron parecía dormir apaciblemente. Su piel se había desecado por completo. A su lado estaban todavía algunos de los huesos del bebé que había intentado devorar. Los del pueblo decidieron no sepultarlo. No lo merecía. Además tenían mucha hambre. Lo devoraron y todo quedó olvidado.