viernes, 9 de julio de 2010

Sag Ymath enyë Aramat (parte 6)

- Buenas noches, Su Majestad- se dejó escuchar, en tono burlón, una voz reverberante y oscura.

Neraya, incómodo, respondió el saludo con falsa cortesía. A su lado se encontraban varios de sus generales y hombres de confianza. Unos pasos atrás del trono, Almir, el heraldo. Aikhas sonrió simulando amabilidad y tomó asiento. Tras él, diez de sus hombres tomaron posición a su alrededor. Las negociaciones iban a comenzar. Ambos soberanos conocían las intenciones de su circunstancial aliado, así como sus respectivas ventajas y debilidades. Ambos también sabían que la balanza se inclinaba a favor del amo de Sigart-Qyan.

La posición de Aikhas era la más clara y al mismo tiempo la más ambigua. Aikhas lo quería todo. Myrvadiel, la Dama, la ciudad de Tloë, el valle de Korë, todos caerían bajo su poder, de una u otra forma. Sin embargo, el único precio que decía exigir a Neraya por acabar con Myrvadiel, era la vida de la Dama. Neraya deseaba ensañarse personalmente con la Señora del Castillo. La culpaba por la amargura que signó los años de su infancia y por la muerte de su padre. Deseaba descargar toda su ira y su sed de venganza en el cuerpo de Aramat, poseerla con violencia y luego darle muerte. Lentamente, para disfrutar con su sufrimiento. No obstante, pensó que ceder a los deseos de Aikhas le aseguraban una mejor posición y no libraban a la Dama de un terrible sufrimiento y una muerte atroz.

Luego de pocas horas ambas partes se mostraron satisfechas con los resultados de la negociación. Sin embargo, Neraya no confiaba en Aikhas y sabía que su nuevo aliado le correspondía en desconfianza y desprecio. Sabía que el amo de Sigart-Qyan tramaba algo, pero no podía dilucidar su estratagema. El alto hechicero se retiró a sus habitaciones, seguido por su séquito de hombres armados. Neraya permaneció en el salón del trono con sus generales y consejeros. Ninguno podía permanecer tranquilo, ni dejar de pensar en las últimas palabras de Aikhas. Almir era el único que parecía no temerle a Aikhas. De pronto Neraya lanzó un grito.

- Fuera!! Fuera todos!! Sólo sois unos inútiles. Malditos cobardes, atemorizados por ese come-ranas, vestido de negro.

Los generales y consejeros de Neraya salieron uno detrás de otro, luego de hacer una reverencia ante su rey, quien les contestó con más ofensas y burlas. Sólo Almir permaneció de pie detrás del trono.

- ¿Y tú? - le dijo al heraldo. - ¿Qué esperas? ¿Acaso quieres que te envíe a las calderas?- continuó.

- Observo mi Señor- fue la respuesta de Almir, que permanecía inmutable.

- ¿Sí? ¿Y qué observas ahora, sabio Almir?- dijo mientras desenvainaba.

- Vuestra derrota y muerte, mi Señor-. Neraya se levantó enfurecido. Pero la tranquilidad de Almir despertó su curiosidad.

- Sigue imbécil, de todas formas pronto serás un cadáver.

- Haced que lo maten, mi Señor. De lo contrario vos pereceréis bajo sus poderes. El amo de Sigart-Qyan desea quedarse con tus tierras. ¿No lo sabéis acaso?

- Es cierto Almir, pero cómo atravesar la guardia de los hombres de martillo...

- Un asesino... un sólo hombre no podría. Pero vuestros ejércitos podrían tenderle una emboscada, mi Señor...

- Sigue Almir- dijo Neraya, repentinamente entusiasmado.

- Una vez que el hechicero haya destruido las defensas de Myrvadiel solicitadle el honor de ser el primero en pisar las entrañas del Castillo. Pedidle que os acompañe. El hechicero estará muy agotado. Vuestros ejércitos rodearan las destruidas murallas. Yo os acompañaré con la excusa de cargar vuestro yelmo de guerra. Con movimientos rápidos podremos asesinarle mientras vuestros capitanes dan la orden de acabar con su reducida escolta.

- Eres genial amigo Almir, haré quemar vivos a todos mis consejeros y os nombraré mi único y Alto Consejero.

- Gracias mi Señor - contestó gélido el heraldo. - Pero, ¿No creéis que Aikhas sospecharía?

- Es cierto Almir...

- Todo debe seguir igual mi Señor. Esa es nuestra única ventaja contra Aikhas-. Dicho ésto Almir desapareció.