domingo, 27 de octubre de 2013

Aryse Stormglance (iv)

Los defensores quedaron diezmados. Muy pocos habían sobrevivido y muchos de los heridos no verían el amanecer. Lady Aryse recuperó los cuerpos de su padre y su hermano. Los funerales fueron breves y tristes. Muy tristes. Los Vurathi caminaron altivos alrededor de ambos túmulos, como en antaño. Pero no había gloria en sus miradas, sino una gran desolación. La casa de Q’nar se había quedado sin heredero. La línea se había roto. Seguramente otra casa tomaría las tierras y el poder en Vurathi.

Elfos y enanos regresaron a sus reinos. Dejaron algunos trabajadores y orfebres para ayudar en la reconstrucción. Ambos pueblos levantaron sus estandartes pero marcharon en silencio de regreso a sus hogares.

Los Enalfos sobrevivientes fueron invitados a quedarse. Ayudarían en la reconstrucción y recibirían a cambio un hogar. Los proscritos aceptaron y consideraron pagada la deuda por sus muertos.


Entre los Vurathi sobrevivientes a la batalla el ánimo era sombrío. El destino era un oscuro pozo donde podían ahogarse todas sus esperanzas. Dos días después de los funerales de Lord Aroth y el joven Arath, las gentes de Vurathi seguían enterrando a sus muertos. Eran demasiados.

Esa tarde, al ocaso, vestida aún con su armadura manchada de sangre, Lady Aryse decidió salir al encuentro de su pueblo. Se encontró con la desesperación en la mirada de su gente. La tristeza de las madres, la amargura de los padres y el miedo de los hijos de los caídos. En cada mirada había un reproche y una súplica. Un dejo de rabia en cada sonrisa y una gota de ilusión en cada lágrima derramada.

Lady Aryse Stormglance la llamaban ahora, pues sus ojos grises llevaban una tempestad de emociones en su brillo y causaban algo de incomodidad, tristeza y temor en quienes le sostenían la mirada.

-  ¡Gente de Vurathi! – comenzó a decir en tono pausado pero firme. – La oscuridad ha caído sobre nosotros. La tristeza atenaza nuestros corazones y el mañana es sólo una aciaga certeza. Quiero decirles  - la voz se le quebró – Quiero asegurarles que estarán protegidos. El enemigo se ha retirado a sus tierras. Nuestros exploradores los han visto regresar en sus naves. Hemos pagado un alto precio, pero nuestra Guardia aún cuidará nuestro castillo y nuestros caminos. Reconstruiremos lo que el fuego ha devorado. Cultivaremos otra vez los campos arrasados. Nuestros aliados, elfos y enanos, enviarán más ayuda. Nuestros hermanos Enalfos se quedarán entre nosotros y fortalecerán nuestros muros, engrosarán nuestras fuerzas y crecerán entre nosotros. Sus niños jugarán con los nuestros y soñarán con un futuro, juntos.

Su gente la miraba, atenta, pero demasiado afectada por la incertidumbre. Entonces Lady Aryse expresó lo impensable.

-  Yo gobernaré Vurathi. Restableceré el linaje. Conmigo se mantendrá la casa de Q’nar si ustedes así lo desean. Yo puedo seguir con el gobierno de mi padre. Honrar su memoria y mantener sus promesas. La misma sangre vertida por mi padre y por mi hermano Arath – nuevamente se le quebró la voz – me dará la fuerza para protegeros y apoyaros como ellos lo hicieron. Pero si ustedes piensan que debo entregar Vurathi a otra casa, los entenderé y obedeceré vuestros corazones. ¿Qué me dicen? ¿Cuál es vuestra decisión?

Los Enalfos fueron los primeros en contestar. Finalmente tenían un hogar y no estaban dispuestos a perderlo.

-  ¡Lady Aryse Stormglance! ¡Lady Aryse de Vurathi! !Gellam Tanatur!

La gente de Vurathi pareció animarse. Los hombres jóvenes primero, luego los miembros de la Guardia que la habían visto luchar como una fiera salvaje en la refriega final contra los Filbatha. Luego los veteranos, los enfermos, la mujeres y aún los ancianos, todos comenzaron a vitorear a su señora.

-  ¡Lady Aryse! Lady Aryse de Q’nar! ¡Lady Aryse Stormglance! !Gellam Tanatur!


Al final, todos gritaban al unísono. El ruido era ensordecedor. Se escuchaba el orgullo sobre la pena. La esperanza sobre la angustia. La gloria sobre la propia muerte.