lunes, 27 de diciembre de 2010

Honor decembrino a JRR Tolkien



Oh Gondolin, ciudad resplandeciente
vacía hoy, en ruinas, sin gente
sólo recuerdos del pasado glorioso,
de las trompetas y el mithril
Turgon no reina en tí ya,
tus muros no hacen eco de su voz
los bravos ejércitos élficos
no cruzan altivos tus puertas
no entonan sus cantos los primeros nacidos
el hado de Beleriand parece perdido
la pestilencia del orco te inunda
el horror del Balrog puebla tus montañas
quien salvó a tu señor delató tus murallas
¡Oh Húrin! el brazo del valiente,
los gritos del desesperado imprudente
los oscuros poderes del norte
siguen fuertes y al acecho
sus enviados asesinan hombres y elfos
aún el elfo da muerte a su propio linaje
el aire apesta a odios y venganzas
muerte, llanto y desesperanza,
sólo eso queda ¡Oh Gondollin!

martes, 12 de octubre de 2010

Sag Ymath Enyë Aramat (Final)

El día amaneció con un Sol mortecino. Opacado por oscuros nubarrones, el gran astro parecía luchar desesperadamente por brindar un poco de luz al valle de Tloë. Las aves no entonaron sus cantos matutinos. Los animales no salieron de sus madrigueras y refugios. El viento no agitó las ramas de los árboles y ni siquiera el agua de los ríos parecía moverse. Un olor a sangre y desesperanza se adueñó del aire. El mundo se rendía ante los poderes de Aikhas. Al menos eso parecía.

El asedio comenzó temprano. Las tropas de Neraya rodeaban la colina donde se levantaba Myrvadiel. La Dama se acercó a la muralla exterior para observar al enemigo. Ahí estaba el soberano de Tloë. Sus legiones esperaban. Ansiosas por presenciar la destrucción del Castillo, lanzaban gritos de guerra intentando provocar una salida de los sitiados. Neraya estaba impaciente. Intercambiaba miradas inteligentes con su heraldo cuando un fuerte viento anunció la llegada del amo de Sigart-Qyan. Aramat retrocedió un paso.

El nigromante apareció de improviso. Sus sesenta guerreros se acercaron en silencio a las puertas del Castillo y formaron un semicírculo. Aikhas se colocó en el centro. Desde esa posición pidió hablar con la Dama del Castillo. No habló, entonó un cántico que sólo Aramat comprendió. La Dama respondió con otro cántico que rechazaba las demandas de Aikhas y lanzaba un reto. Un reto de poder. La magia más antigua se enfrentaba al gran poder acumulado por Aikhas a través de peligrosas pruebas y grandes sacrificios. Se iniciaba una lucha de armas intangibles y efectos devastadores. La magia más poderosa sería liberada en un combate sin cuartel que debía conducir a la destrucción de uno de los dos contendientes.

Aikhas se sentía seguro y todopoderoso. Vencería sin duda y arrasaría el Castillo y todo el valle de Korë. Aramat sentía miedo, pero sabía que podía enfrentar al hechicero. Al menos durante cierto tiempo. Su victoria no dependía solamente de ella. Fhen no aparecía y eso la asustaba.

El enfrentamiento se desató con toda su furia. La tierra se estremeció. Los caballos se atemorizaron, algunos lanzaron a sus jinetes y huyeron despavoridos. El viento arrancaba muchos árboles de raíz, mientras aullaba como un enorme chacal hambriento.

Las tropas de Neraya miraban a su Señor esperando una orden, una señal. Pero Neraya sólo esperaba. De pronto un canto dulce pero firme se levantó desde el interior del Castillo. Las sacerdotisas de Myrvadiel acudían para ayudar a su Señora. Como respuesta los sesenta guerreros de Aikhas alzaron sus martillos de guerra y comenzaron a girarlos sobre sus cabezas. Un canto oscuro y malévolo se levantó contra las voces de Myrvadiel. Neraya y sus hombres sintieron tanto terror que se estremecieron como niños asustados. Sentían que aquel canto arañaba su cordura y les arrancaba trozos de alma. Almir era el único que permanecía incólume, atento a lo que sucedía. Neraya lo miraba inquisitivo, pero ajeno a sus intenciones.

Los cánticos aumentaron en intensidad. El combate se hizo cada vez más violento. Contendientes y espectadores sabían que se acercaba el final. Aramat comenzó a sentir la cercanía de la derrota. Sus poderes se debilitaban y los de Aikhas comenzaban a hacerla retroceder. Fhen apareció frente a la Dama. Su mirada delataba lo que Aramat tanto temía. Se cumpliría la maldición de Aklon: Cuando una Dama del Castillo se niegue a cumplir mis designios, su propio hijo será la causa de la destrucción de Myrvadiel, y las sombras se instalarán dentro de sus murallas.

- He fallado Aramat- fue lo único que alcanzó a decir el viejo lobo.

La Dama lanzó un grito de dolor, la magia de Aikhas comenzaba a vencerla. Las defensas del Castillo comenzaban a ceder y su fuerza vital comenzaba a abandonarla. Las almenas comenzaron a derrumbarse. Algunas rocas hirieron a las gentes del Castillo. Aramat llamó a sus capitanes y comenzó a dar órdenes. Debían organizar una salida para darle tiempo a los habitantes de Myrvadiel de abandonar el Castillo, sin ser perseguidos por las tropas de Neraya. Los Hörni iniciarían el ataque, luego saldrían las tropas del Castillo y harían todo el daño posible a los invasores. Esto daría tiempo suficiente para que los habitantes escaparan a los poderes de Aikhas y a la ira de Neraya.

Los arqueros tomaron posiciones y los arcos se tensaron en sus manos. Las tropas del Castillo se ubicaron tras las puertas, esperando una señal. Aramat ya no podía soportar los ataques de Aikhas y su luz comenzaba a extinguirse. Una flecha cruzó el espacio y atravesó el cuello de un capitán de Neraya. Decenas de flechas cayeron sobre las desprevenidas y confiadas fuerzas del ahora Señor de Tloë. Muchos murieron sin percatarse de la razón. Las puertas de Myrvadiel se abrieron y las tropas del Castillo se lanzaron sobre los sitiadores. La sorpresa les dió cierta ventaja, pero el número de las huestes de Neraya pronto se hizo sentir. Sin embargo, las legiones del hijo de Uruwya sufrieron grandes pérdidas y muchos huyeron en desorden. Neraya pidió ayuda a Aikhas, pero el hechicero empleaba todo su poder contra Aramat. La Dama estaba agotada y sus tropas comenzaban a sucumbir ante las legiones de Neraya, cuando una fuerza sobrenatural cayó sobre la retaguardia de los sitiadores.

Un gigante, con un refulgente mazo de guerra tronchaba y destrozaba regimientos completos. Sus gritos atemorizaban a los guerreros de Neraya y su rostro desencajado mostraba más locura que valor. Era Ymath. Como un desesperado se abría paso hacia las murallas del Castillo. Las tropas de Myrvadiel recobraron su entusiasmo y cada uno de sus integrantes entregó la vida no sin llevarse muchas cabezas enemigas. Ymath atravesó las tropas de Neraya y llegó al semicírculo de los guardias de Aikhas. Destrozó el cráneo de cuatro de ellos. Pero era tarde. Aramat, sintiéndose abandonada, aceptó el llamado del Guardián. El brillo abandonó sus ojos y su magia se unió con su espíritu en el vientre del gran tháleka de alas negras. Myrvadiel comenzó a derrumbarse y los defensores comprendieron que había llegado el fin. Fhen se desvaneció en el aire, ante el estupefacto rostro de Ymath. Piernas de Sauce, había llegado tarde.

Por su parte, Aikhas estaba agotado. La ruptura del semicírculo de su guardia le restaba muchas fuerzas y no podía perseguir al Guardián para capturar a Aramat. El gigante giró sobre sí para buscar al hechicero y destruirlo, aún cuando esto le costara la vida. Pero los guardias de Aikhas se interpusieron entre Ymath y el hechicero, dándole a este último el tiempo necesario para recuperar alguna fuerza y entonar un hechizo que lo transportase a su fortaleza en Sigart-Qyan. Ymath acabó con la guardia pero no alcanzó al mago. Al mismo tiempo, se cumplía otra parte del plan de Aikhas. Almir, hechizado desde tiempo atrás acometía contra Neraya y le hundía una gran daga en el pecho. Atravesando su corazón, segó su vida en un instante.

Al ver morir a su rey, los capitanes del ejército sitiador iniciaron una desordenada retirada, no sin antes decapitar al traidor que, enloquecido, se lanzó contra las huestes de Neraya. Ymath los persiguió hasta las puertas de Tloë, destrozando, matando y hundiendo cráneos a su paso. Se detuvo ante las puertas de la ciudad al ver que las gentes de Luadan y de las villas cercanas, armadas con sus instrumentos de trabajo, arcos largos y algunas espadas habían tomado la desprotegida ciudad y ahora acababan con los restos del ejército de Neraya, que regresaba exhausto y atemorizado.

Nadie volvió a ver a Ymath en el valle de Tloë. Una de las Tyëninn, aquella cuyo corazón pertenecía a Piernas de Sauce, murió de pena en el verano siguiente cuando entendió que su amado no aparecería más nunca cerca del lago. Meses más tarde, un pariente de Allochar venido del Oeste, fue coronado Rey de Tloë. Myrvadiel se convirtió en un sitio oscuro y tenebroso. Se dice que el fantasma de Neraya persigue al alma de su heraldo entre las sombras, condenados ambos a pagar sus culpas en una incansable y eterna venganza. En Luadan todos recuerdan con tristeza a Piernas de Sauce. Los más ancianos dicen que un pastor lo vio lanzarse al acantilado, en el abismo de Oryck. Destrozado, culpándose por la desaparición de su padre y su hermana decidió acompañarlos al mundo de los muertos. Otros dicen que bajó por el risco, que cruzó el mar de Nemria, que viajó hacia Sigart-Qyan en busca de venganza y que su destino, el de Aramat y el del propio Aikhas, volvieron a encontrarse más allá del Istmo de Dorn-ke. Pero eso es parte de otra historia.

martes, 7 de septiembre de 2010

Bedtime story

Another night and she’s still away. I just cannot remember when she really left.

I can see her picture from here. It remains up there on the table. It looks like it was taken thousands years ago. Nevertheless, time seems to forgive that picture.

It is a quiet night. But it’s really cold.

Yes. It is a quiet night. That’s why I sleep here, under the bed. So I will not disturb her in her sleep, wherever she is.

De Ymath y Aramat (Parte 7)

Ymath despertó con los músculos entumecidos, mareado y con la boca seca. No recordaba bien lo que había ocurrido. Oscurecía. Fhen se acercó a su rostro y lo llamó por su nombre. Entonces comenzó a recordar, la ira se apoderó de su espíritu. Se levantó y se abalanzó sobre el lobo. Pero sus piernas no respondieron del todo bien, dio un traspié y cayó de bruces contra el suelo. El lobo se apartó y lo dejó caer para protegerse de su ira. Tenía que hablarle sobre sus orígenes, sobre Myrvadiel y los lazos de sangre que lo unían con la Dama del Castillo. Ymath se levantó de nuevo, los ojos llenos de lágrimas y el corazón de dolor. No podía dañar a Fhen, pero tampoco podría perdonarle. Entonces Fhen le habló.

- Sé que te sientes traicionado mi buen amigo, pero todo tiene su razón. Sólo te pido que me escuches. Si cuando termine, todavía el odio aguijonea tu espíritu, puedes destruirme. Pero déjame decir aquello que debo decir.

Ymath accedió. Entonces Fhen le habló de la casa real de Myrvadiel. De la ley impuesta por Aklon, último Señor del Castillo, cuyos hijos varones se dieron muerte entre sí, para decidir quién sucedería a su padre en el trono. Desde aquel tiempo sólo las mujeres heredaban el dominio sobre el Castillo y sus poderes. Los hijos varones de la casa real eran asesinados al nacer. Pero la madre de Ymath no soportó el dolor cuando debía cumplir con la ley de Aklon. Encomendó al padre de los gemelos que lo dejase en las laderas de los montes de Pyr. El hombre accedió, pero únicamente bajo la condición de ser transformado en una bestia que pudiera acompañar al niño, protegerlo y asegurarle el sustento. Sin embargo, su vida dependía de la suerte de los gemelos. La muerte lo atraparía cuando alguno de los dos abandonase el mundo. Fhen era el padre de Ymath y su hermana gemela, Aramat, era la Dama de Myrvadiel. Su alma se hallaba guardada en el vientre del Guardián, un tháleka de alas negras.

Ymath no estaba preparado para aquellas noticias. Se había acostumbrado a ser un hombre libre y solitario. Unicamente responsable de su sustento y de acompañar a las Tyëninn durante el verano. Ahora su hermana estaba amenazada por un maligno hechicero. Su padre había sido un gran Señor, pero ahora era un viejo lobo gris que podía morir, si Aramat o él mismo fallecían. En su familia también habitaba la magia.

- No soy parte de ese destino- dijo finalmente.

- Si lo eres- le repuso el lobo.

- No! No lo soy!!

Piernas de sauce se incorporó y comenzó a caminar hacia las alturas de Pyr. Fhen no intentó detenerlo. Sabía que había fracasado.

sábado, 14 de agosto de 2010

Footwearing chat

Is not that hard to talk with a shoe, the terrible part on that is to wait in despair for it to respond

Rain

The rain is like your footsteps, repeated a myriad times, far from the center of my desert.

sábado, 7 de agosto de 2010

CUENTO DE CAMA

Otra noche sin ella. No recuerdo cuanto ha pasado desde que se fué.

Desde aquí veo su fotografía. Sigue allá arriba en la mesa. Fue tomada hace miles de años. Sin embargo, el tiempo parece perdonarla.

La noche está tranquila. Pero hace frío.

Sí, es una noche tranquila. Por eso duermo aquí, debajo de la cama. Así no perturbaré su sueño dondequiera que esté.

viernes, 9 de julio de 2010

Sag Ymath enyë Aramat (parte 6)

- Buenas noches, Su Majestad- se dejó escuchar, en tono burlón, una voz reverberante y oscura.

Neraya, incómodo, respondió el saludo con falsa cortesía. A su lado se encontraban varios de sus generales y hombres de confianza. Unos pasos atrás del trono, Almir, el heraldo. Aikhas sonrió simulando amabilidad y tomó asiento. Tras él, diez de sus hombres tomaron posición a su alrededor. Las negociaciones iban a comenzar. Ambos soberanos conocían las intenciones de su circunstancial aliado, así como sus respectivas ventajas y debilidades. Ambos también sabían que la balanza se inclinaba a favor del amo de Sigart-Qyan.

La posición de Aikhas era la más clara y al mismo tiempo la más ambigua. Aikhas lo quería todo. Myrvadiel, la Dama, la ciudad de Tloë, el valle de Korë, todos caerían bajo su poder, de una u otra forma. Sin embargo, el único precio que decía exigir a Neraya por acabar con Myrvadiel, era la vida de la Dama. Neraya deseaba ensañarse personalmente con la Señora del Castillo. La culpaba por la amargura que signó los años de su infancia y por la muerte de su padre. Deseaba descargar toda su ira y su sed de venganza en el cuerpo de Aramat, poseerla con violencia y luego darle muerte. Lentamente, para disfrutar con su sufrimiento. No obstante, pensó que ceder a los deseos de Aikhas le aseguraban una mejor posición y no libraban a la Dama de un terrible sufrimiento y una muerte atroz.

Luego de pocas horas ambas partes se mostraron satisfechas con los resultados de la negociación. Sin embargo, Neraya no confiaba en Aikhas y sabía que su nuevo aliado le correspondía en desconfianza y desprecio. Sabía que el amo de Sigart-Qyan tramaba algo, pero no podía dilucidar su estratagema. El alto hechicero se retiró a sus habitaciones, seguido por su séquito de hombres armados. Neraya permaneció en el salón del trono con sus generales y consejeros. Ninguno podía permanecer tranquilo, ni dejar de pensar en las últimas palabras de Aikhas. Almir era el único que parecía no temerle a Aikhas. De pronto Neraya lanzó un grito.

- Fuera!! Fuera todos!! Sólo sois unos inútiles. Malditos cobardes, atemorizados por ese come-ranas, vestido de negro.

Los generales y consejeros de Neraya salieron uno detrás de otro, luego de hacer una reverencia ante su rey, quien les contestó con más ofensas y burlas. Sólo Almir permaneció de pie detrás del trono.

- ¿Y tú? - le dijo al heraldo. - ¿Qué esperas? ¿Acaso quieres que te envíe a las calderas?- continuó.

- Observo mi Señor- fue la respuesta de Almir, que permanecía inmutable.

- ¿Sí? ¿Y qué observas ahora, sabio Almir?- dijo mientras desenvainaba.

- Vuestra derrota y muerte, mi Señor-. Neraya se levantó enfurecido. Pero la tranquilidad de Almir despertó su curiosidad.

- Sigue imbécil, de todas formas pronto serás un cadáver.

- Haced que lo maten, mi Señor. De lo contrario vos pereceréis bajo sus poderes. El amo de Sigart-Qyan desea quedarse con tus tierras. ¿No lo sabéis acaso?

- Es cierto Almir, pero cómo atravesar la guardia de los hombres de martillo...

- Un asesino... un sólo hombre no podría. Pero vuestros ejércitos podrían tenderle una emboscada, mi Señor...

- Sigue Almir- dijo Neraya, repentinamente entusiasmado.

- Una vez que el hechicero haya destruido las defensas de Myrvadiel solicitadle el honor de ser el primero en pisar las entrañas del Castillo. Pedidle que os acompañe. El hechicero estará muy agotado. Vuestros ejércitos rodearan las destruidas murallas. Yo os acompañaré con la excusa de cargar vuestro yelmo de guerra. Con movimientos rápidos podremos asesinarle mientras vuestros capitanes dan la orden de acabar con su reducida escolta.

- Eres genial amigo Almir, haré quemar vivos a todos mis consejeros y os nombraré mi único y Alto Consejero.

- Gracias mi Señor - contestó gélido el heraldo. - Pero, ¿No creéis que Aikhas sospecharía?

- Es cierto Almir...

- Todo debe seguir igual mi Señor. Esa es nuestra única ventaja contra Aikhas-. Dicho ésto Almir desapareció.

sábado, 12 de junio de 2010

El hombre tenía unos enormes ojos negros

Más que grandes, sus globos oculares parecían desafiar la gravedad asomándose a límites muy audaces fuera de sus cavidades orbitales. Su historia médica estaba plagada de diagnósticos e interpretaciones psicodinámicas. Había recibido todo tipo de medicación, incluso aquellos derivados de la medicina alternativa. Su hospitalización más reciente había sido en Inglaterra. En un obscuro sanatorio provinciano de donde había sido trasladado a un centro hospitalario londinense para luego escapar de forma inexplicable. Su historia también hablaba de un delirio muy poco estructurado. Quizás sin estructura alguna en tanto se circunscribía a un solo elemento...

El hombre insistía en aquella afirmación de manera compulsiva y monocordante. En todas sus hospitalizaciones se mantenía aquella frase, absoluta, simple e intrigante. Esa frase era su única respuesta, su única manifestación verbal, su único pecado, su único temor.

En aquel momento se encontraba internado en Italia. En la pequeña ciudad de Taranto. Yo me encontraba de paso. Me dirigía a Grecia. Venia de un Congreso en el que había participado en la ciudad de Amsterdam. Conociendo mi profesión, unos amigos Tarantinos me invitaron a conocer al “loco más famoso del pueblo”. Había sido visitado por casi todos los profesionales en salud mental de Italia con muy pocos resultados. Pronto seria trasladado.

No me miró cuando entré hacia su habitación. No se le consideraba peligroso, pero se me previno sobre demasiada cercanía. Parecía asustarse al ver a otras personas. Las interpretaciones y clasificaciones comenzaban a rondar mi mente, pero su mirada, aunque vacía, parecía decir algo más.

No me dijo nada. No respondió una sola pregunta. Hizo caso omiso de mi presencia y no reaccionó a ningún ruido. Se sonreía mirando al vacío. Temblaba de miedo y al instante volvía a sonreír. Su rostro denotaba pánico, estupor, alegría y paz al mismo tiempo. Pero lo más sobrecogedor era su tranquilidad, su inaguantable tranquilidad.

Luego de una hora y pocos minutos, decidí dejar de molestarlo. Abandoné Taranto tres días después, un poco intrigado un poco decepcionado de mi experiencia en ese hospital psiquiátrico.

Tomé un barco en Brindisi que nos llevaría a la costa de Amalfi. Allí me detuve a descansar durante algunos días en pequeño pueblito de pescadores. Todas las mañanas, al levantarme, solía mirar un grupo de pescadores que regresaba de su jornada y se dedicaba a arreglar sus redes, preparándolas para la madrugada que vendría.

Esa mañana el Sol brillaba muy alto en el cielo. Mi atención se centro en un pequeño que trataba de atrapar la mirada de su padre quien se ocupaba, absorto, de reparar una parte de su red que había resultado dañada.

- Mira padre, mira por favor...

- Que cosa hijo...

- Es muy grande...

- Quizás un albatros...

- No padre... un albatros no... es más grande...

El padre miró al cielo y sus ojos parecieron quedar adheridos a su brillo. Llamó a un camarada que, bote de por medio, trabajaba en sus quehaceres cotidianos. Yo también miré hacia arriba y empecé a sonreír. Entonces recordé Taranto. Comprendí mi desasosiego y la tranquila, casi estúpida, pasividad de aquel loco. El hombre tenía unos enormes ojos negros. Repetía aquella frase como un poseso. Como quien le ha vendido su alma a la incredulidad...

- Puedo volar...

jueves, 3 de junio de 2010

El celta moribundo

Moriré pronto. Desde aquí veo la mano de mi hermano Naógain. Antes vi su cabeza, lejos de su cuerpo. Los Fir Figda arrancaron muchas cabezas, que abandonaron los hombros de muchos guerreros. Quizás Tara ya ha sido destruida. Es mi hermano. Su mano lleva el anillo que le diera el hermano de mi hermana, Crimthan, rey de Tara.

Durante la batalla vi el caldero del Dagda rodar por la colina. El dios corrió tras él y nos abandonó. Ya no pudimos curar a nuestros heridos ni traer a los caídos en batalla. Solo el poderoso Lug se mantuvo a nuestro lado. Las flechas del enemigo también destrozaron nuestras filas. El hijo de Crimthan recibió un venablo en un ojo y no lucho más. Entonces el refulgente lanzo una carcajada y apareció la niebla. No vimos a Crimthan nunca más. Los hombres seguían muriendo y perdimos muchas cabezas, tantas que estorbaban la huida.

Una lanza me atravesó de lado a lado y caí. Uno de los Fir Figda me cerceno una pierna. Siguieron hacia Tara. El rey debe haber muerto. Ahora ha de estar en las moradas de Danamm. No hay sucesor y no ha llegado ayuda de Leinster.

Trato de arrastrarme, pero no tengo fuerzas. No puedo moverme. Mi pobre hermano. Poco tiempo empuñó la espada. Ahora somos sólo carroña. Esta oscureciendo. Tara ha de haber caído. Por eso prefiero morir. Si pudiera llegar hasta mi hermano. Pero estoy demasiado débil. Casi no veo. Ya no siento mis brazos. ¡Una luz! ¡Uno de las gentes de Danamm! Seguramente viene por mi. Iré a las moradas del otro mundo. Iré con los seres eternos. ¡Seré mas fuerte, invulnerable! Seré una sombra, un susurro en el viento. La mano de la venganza. ¡El anillo! Solo quiere el anillo. Lo arrancó del dedo de Naógain. Se ha ido. Oscurece. Hemos perdido. Moriré pronto.

Nostalgia

Moviste la mesa y derribaste el jarrón. La sala ahora está oscura ante una orden de tu dedo. Quisiera golpearte.

También te bebiste mi última cerveza. Arrojarte por las escaleras. No quedan embutidos y la carne esta muy congelada. Verte sangrar.

La televisión no funciona, no tengo videos. Oír tus quejidos, tus súplicas. Patearte. No hay pan, pero la rabia me ha quitado el apetito. Lástima que no pueda verte agonizar. Vengarme. Es una verdadera pena que te haya sepultado, hace ya, tanto tiempo.

domingo, 23 de mayo de 2010

Sag Ymath enyë Aramat (Parte 5)


Una docena de jinetes se aproximaba con paso tranquilo. Se acercaba la hora en que el Sol se sienta sobre el pilar del Universo, y la mayoría de las sombras huyen atemorizadas ante su poder. La brisa tibia proveniente del mar, rozaba con delicadeza la superficie líquida de los ojos del mundo. El aire jugueteaba creando pequeñas ondas que, al tratar de alcanzarse unas a otras, se estrellaban indefensas contra la orilla de los pequeños lagos.

Arriba, cerca de las escasas nubes, un tháleka solitario anunció su presencia en el cielo. Entre los arbustos, los pequeños animales corrieron hacia sus más cercanos escondites. Detrás de un grupo de rocas, unos grandes ojos se mantenían fijos sobre aquella compañía que se acercaba. Sin embargo, nada de lo que ocurría a su alrededor pasaba inadvertido.

Las armaduras de los visitantes brillaban bajo la luz del día. Yelmos de plata y delgadas armaduras de livianas aleaciones, relucían con fuerza y rodeaban a sus portadores de un halo misteroso. Era como una extraña ensoñación en medio de aquel espléndido paraje. Como por reflejo, Ymath desabrochó el khopa, extrajo el poderoso mazo de madera de Twë y lo colocó en el piso. Luego soltó el khopa y se deslizó hacia un tupido grupo de arbustos, que podían ocultarlo si no se levantaba. Los guerreros bordearon los pozos y se acercaron a los árboles que crecían lejos del acantilado. Sus cabelleras cubrían sus hombros y buena parte de sus espaldas. No eran robustos, pero por ello no dejaban de tener un aspecto temible.

El que parecía ser el jefe, portaba una armadura de plata con piezas de oro laminado. No iba armado con arco sino con una espada liviana. Su yelmo estaba adornado por un penacho de plumas de cisne y su caballo era blanco y brioso.

Ymath no pudo evitar el sobresalto cuando uno de los guerreros se acercó al líder para ayudarlo a desmontar. Este lo hizo con agilidad, pero con una delicadeza que delataba el por qué de su delgadez. Uno de los arqueros se quitó el yelmo y Piernas de Sauce pudo dar por cierta su sospecha. Eran mujeres. Mujeres guerreras de algún castillo cercano. -Myrvadiel-. Pensó Ymath.

Las demás mujeres se quitaron sus respectivos yelmos y desabrocharon sus petos. Ninguna se quitó la cota de malla y sólo algunas se deshicieron de sus guantes. Ymath centró su atención en aquella que parecía dirigir al pequeño ejército. Su cabellera era negra y hermosa. Su rostro, aunque lejano, se dejaba considerar perfecto. Luego de liberarse del yelmo y la armadura, prosiguió con la cota y la camisa. Ymath cerró os ojos y bajo la cabeza, pero un impulso más poderoso lo hizo volver a mirar. Aquel cuerpo poseía formas únicas y precisas. Su piel era blanca como las nieves de Pyr en lo profundo del Invierno, pero a Ymath lo dominó la idea de que sería cálida y acogedora al tacto. La mujer caminó lentamente hacia la orilla del lago más cercano al mar y se introdujo lentamente. Sus aguas parecían recibirla plácidamente. El resto de las mujeres tomó posiciones de guardia. Cerca de la mitad tensó una flecha en su arco.

Piernas de Sauce estaba atónito. La mujer salió del lago y su piel mojada brillaba como su armadura bajo los rayos del Sol. Se tendió sobre la hierba circundante para que su piel se secara. Aquella mujer era la Dama de Myrvadiel. No quedaba duda. ¿Sabría ella sobre el peligro que la acechaba? ¿Conocía de la llegada de Aikhas al valle de Korë? ¿Podía algo tan hermoso tomar en serio sus palabras?

La angustia casi obliga a Ymath a salir de su escondite y gritar lo que sabía. Pero una mirada fugaz hacia los guardias que custodiaban a la Dama le hizo desistir. No alcanzaría a articular palabra antes de ser atravesado por dos o tres flechas de hierro. Además no tenía en sus manos su mazo de madera Twë. Tenía que esperar el momento propicio. Pero ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Esperaría también el amo de Sigart-Qyan? ¿Cuál sería ese momento? El tháleka volvió a lanzar su llamado, la Dama se incorporó y un viejo amigo apareció en escena. El lobo gris se acercó a la Dama. Su escolta se dispuso a matarlo. Pero la Dama intervino.

- No temáis, es mi viejo amigo Fhen. ¿Cómo estáis viajero incansable?

- Me alegra saludaros, veo que vuestro guardián os acompaña-. Contestó el aludido mirando al cielo. - Estoy bien, aunque muy preocupado.

- Lo sé. La sombra de Sigart-Qyan se cierne sobre nosotros. Aikhas está con Neraya.

- Si, mi Señora y se dispone a destruiros...

Ymath no pudo prestar atención al resto de la conversación. Su viejo amigo Fhen estaba hablando con la Dama de Myrvadiel. Fhen podía hablar y nunca, nunca había hablado con él. ¿Por qué? Ymath confiaba en aquel lobo como en el padre que nunca tuvo. El animal lo había alimentado cuando de niño había sido abandonado en las laderas de los montes de Pyr. ¿Cómo podía haberlo engañado de esa manera? Mil pensamientos cruzaron la mente de Ymath, las ideas iban y venían como transportadas por un huracán.

Cuando recobró la serenidad, volvió a mirar hacia los lagos. La Dama se había incorporado. Su cuerpo se delineaba perfecto contra los rayos del astro que comenzaba su descenso. Su torso... su torso tenía una marca, una marca de nacimiento. Se levantó. Un dardo se clavó en su nuca. Ymath sintió que el mundo giraba cada vez más rápido a su alrededor. Sin embargo, luchó por mantenerse de pie. Otro dardo lo alcanzó en el cuello y ya no pudo luchar más. Su cuerpo se desplomó inerte sobre los arbustos que le habían servido de escondite. La Dama se colocó su armadura y se dispuso a partir.

- Háblale Fhen. Ha llegado el tiempo de la verdad.

- Lo haré mi Señora.

- Cuídalo mi viejo amigo... ayúdalo a entender

- Lo intentaré...

- Adiós Fhen...

- Adiós Aramat...

domingo, 16 de mayo de 2010

La casa eterna

Corredores, entradas, cruces. Corredores, cruces. Una pared. Tomare a la izquierda, otra vez y otra. Izquierda de nuevo. Otra pared. Ahora la derecha, una, dos y tres veces. También en la encrucijada y después la esclusa. Siete escalones. Y a la derecha otra vez. Una pared igual marca el final del paseo de hoy. Estoy cansado.

Pasan los días. Camino, busco nuevos corredores y abandono otros. Mi casa es inmensa. Desde que entré no he vuelto a encontrar la puerta, pero sigo buscando. Camino y cruzo.

Mi padre me dijo un día que me daría una casa. Una casa eterna. Regalo mucho oro a quien la construyó. Paso un tiempo. Llegaron los guardias y luego el. Mi padre se ofreció a llevarme a mi nueva casa. Los guardias nos acompañaron. La gente celebraba. Estaban felices por el regalo que mi padre, el rey, me hacia esa mañana. Mi padre también estaba feliz. Yo estaba feliz. Mi casa era inmensa, con muchos corredores, escaleras, altos y esclusas. Todos diferentes, todos iguales, todos para mi.

Hace mucho que no veo a mi padre. Ahora a la derecha. Otra pared. Mi casa es eterna. Tal y como me prometió el Rey, mi padre. Corredores, entradas, cruces. Corredores, cruces. Una pared. Tomaré a la derecha...

sábado, 8 de mayo de 2010

Sumisión

Varias veces he acudido al campo, tomada de la mano por él. He visto como el sudor moja su frente y baña su cuerpo, mientras se esfuerza por alcanzar su objetivo. Yo siempre estoy a su lado aunque me repugna lo que hace conmigo. Su tacto me es desagradable desde hace mucho. Me utiliza para saciarse, luego me deja a un lado y descansa. Luego vuelve a tomarme con sus manos toscas y no me deja reposar hasta que él mismo ya no puede más. Yo quisiera dejarlo, pero no puedo huir. He de soportar su cuerpo maloliente y su salvaje expresión cuando me agita entre sus brazos.

Hoy han venido otros como él, pero le han gritado cosas horribles. Yo no pude más que observar, no pude pedir auxilio y creo que piensan que lo apoyo, que me complace lo que él hace. Después llegaron los de uniforme. Se acercaron con paso lento y seriedad sobreactuada. Entraron a la cabaño con nosotros. Él me dejó a un lado, otra vez, y se sentó para hablar con ellos. Charlaron y rieron. Luego me miraron y sonrieron con malicia. Por un momento sentí algo de temor. Él sacó unos billetes y se los entregó. Sus risas llenaron de sonido la cabaña. Luego se fueron.

Él me tomo de nuevo en sus brazos y caminó conmigo hacia su habitación. Me dejó cerca de la puerta y comenzó a desnudarse. Mañana volveré al bosque con él y aunque me molesta que sea tan cobarde, no tengo opción. Como siempre volveré a ver ese viejo letrero cuyo mensaje el tiempo casi ha borrado. Pero me lo sé de memoria: Prohibido cazar.

No puedo hacer nada, sólo soy la escopeta de un cazador furtivo.

Ravendarg's hail

This darkness can turn your soul to pieces
if you give her half a chance
there are no rules to remember
there are no written steps to the claim

There are no second prices
there is no mercy
an good faith cannot be expected

Only death, a bloody slain
is faithful and makes sure
your chance to go and rest

miércoles, 5 de mayo de 2010

Sag Ymath Enyë Aramat (Parte 4)


- Esta bien Almir, si eso es lo que quiere el brujo, se lo daremos...

- Señor... si me permites...

- ¿Qué sucede ahora Almir?!!-. Vociferó Neraya. - ¿Qué demonios...?!!

- Mi Señor, creo que no deberíais hacer alianzas con ese hechice...

Antes de que el heraldo pudiese terminar su frase, Neraya se levantó furioso, desenvainó su espada y se abalanzó sobre él. El guerrero retrocedió y Neraya colocó la punta de su espada en la garganta de su emisario.

- ¿Desde cuando eres mi consejero Almir?- preguntó irónico. -No sabía que te interesaran las alianzas políticas -. El heraldo estaba paralizado. Lívido y tembloroso, no se atrevió a responder a las palabras de su Señor. - Habla!!- continuó Neraya. -¿Qué idiotez se te ha ocurrido? ¿Te asustó acaso el come-ranas de Sigart-Qyan?

- Sí, mi Señor- se atrevió a decir el heraldo. - Es algo maligno, muy poderoso, y creo que hasta podría... -. No se atrevió a continuar, extrañado ante la sonrisa que comenzaba a dibujarse en el rostro de Neraya.

- ¡¿Destruirme?! -. Neraya dejó escapar una estridente carcajada y bajó su espada.

- Lo sé Almir-. continuó. - Aikhas puede destruir un ejército completo, toda Tloë puede desaparecer bajo su poder. Pero el Amo de Sigart-Qyan es nuestro aliado Almir. Al menos como tal simularé tratarlo. Pero eso no te incumbe a ti, imbécil, vete y descansa. Mañana quizás necesite que hagas otro viaje.

El emisario del rey salió de la habitación, desencajado, confuso. No lograba comprender el significado de las palabras de su Señor. Pero más allá de sus pensamientos, una extraña sensación lo acompañaba. Era miedo. Temor. Resultado de su encuentro con Aikhas, el alto hechicero. El ser más terrorífico que había conocido. Sentía que, de alguna manera, el mago, su presencia, lo había afectado más de lo que él mismo podía precisar.

Los temores de Almir no eran infundados. En su fortaleza, Aikhas analizaba las posibilidades de arrasar Tloë, así como las villas y poblados cercanos, luego de destruir Myrvadiel. Quizás entonces, la Dama accedería a acompañarlo a Sigart-Qyan. Si no, tendría que hechizarla y eso sería peligroso, luego de haber empleado la mayoría de sus fuerzas contra los muros del Castillo. Seguramente tendría que deshacerse del hijo de Uruwya, un reyezuelo, un facineroso cuyas tierras pasarían a engrosar los vastos dominios de Aikhas. Su plan se le antojaba perfecto. El heraldo sería su mejor sirviente. Poco a poco el hechizo surtiría efecto y la traición lo solucionaría todo. Las tierras y la Dama de Myrvadiel pasarían a ser posesiones del alto hechicero y las fronteras de su reino se extenderían cada vez más hacia el propio istmo de Dorn-kee, la frontera continental.

domingo, 2 de mayo de 2010

Of the rules


A sword could stand
like hangman's steps
with light of no destiny
over the land
through the mist that crawls
killing a soul
on bitter hands

But a sword it's still a sword

martes, 20 de abril de 2010

Sag Ymath enyë Aramat (Parte 3)


- Aikhas, el alto hechicero, supongo-.

El aludido se limitó a asentir con la cabeza y mantuvo el tenso silencio que se había apoderado de la sala.

- Mi señor... - trató de continuar con tono solemne el emisario.

- Neraya- lo interrumpió Aikhas con voz reverberante. Quiere que lo ayude a tomar Myrvadiel. Es decir, quiere que yo tome el castillo para él.

El mensajero de Neraya balbuceó un sí y permaneció con la boca abierta, mientras el poderoso mago estallaba en carcajadas. El pobre hombre no sabía qué hacer. Seguir con su mensaje le parecía una estupidez, pero debía regresar con una respuesta para su Señor. Aikhas terminó con aquella situación cuando vio que su interlocutor estaba a punto de realizar un nuevo intento por repetir el mensaje de su rey.

- Dile a Neraya que el amo de Sigart-Qyan tomará Myrvadiel. También dile que mi precio es alto. Oro para mis hombres, mucho oro. La Dama será para mí.

lunes, 19 de abril de 2010

EN-KI-DU (english version)

The two heroes were resting in the aftermath of the battle. Fighting had been exhausting as always. Defeat was too closed too many times and death tried to capture them in several moments. In the last instant, both warriors came over the monster and brought him down to the ground. Then they severed the giant’s head and dismembered the body. The cedar woods have no longer a guardian and its beauty offers wide open to both warriors.

Gilgamesh gets distracted remembering his city, the great Unug, while his brother in arms takes care of his own wounds. Then the cedars start to shake and rumble, some trees brake and others are tear down to pieces by a unnatural whirlwind. Both heroes are thrown to the ground, helpless against that mysterious wind.

Before them appears the goddess Inanna, supreme lady of the combats. She claims victory for the friends. Nevertheless, En-ki-du sees something strange in the goddess and tells his friend to be cautious about that strange situation.

Inanna approaches Gilgamesh and declares him celestial hero. The prince of Unug receives his price with doubt and not much enthusiasm. Inanna disappears and both heroes start jumping and celebrating, they held each other as real brothers. They scream victory and compare themselves to the gods.

Then night falls and the two warriors prepare themselves to get some rest. They fall asleep. They promise each other to look for new adventures in the morning.

Suddenly, a shining takes them away from their dreams. The goddess Inanna appears again before them. This time she wants Gilgamesh to take her, but he rejects her with violence. The hero from Unug knows the luck of the previous lovers of Inanna and he does not fall to her beauty.

Now Inanna is furious. She screams and promises misfortune and death to the heroes. Then she disappears. The companions feel the ground roaring and shaking bellow them with an overwhelming force. Expecting the worst, the friends are back to back and waiting for their destiny. The reason for the earthquake soon comes to sight. The powerful God An has sent one of his winged bulls to destroy those who offended his daughter. The enormous beast charges against the warriors, but at the end the monster is the one that perishes because of the strength of both comrades.

Gilgamesh starts to jump and scream of happiness. But En-ki-du is paralyzed, numb, away within his own mind. His brother sees him in that state and gets closer to En-ki-du.

- What is it great En-ki-du, hero among heroes?! – he shouts. We have prevailed!!

- Yes Gilgamesh, we have prevailed. Now, as I have done in thousands of years, I will wait for the God and his daughter to appear again. Then I will take a leg from the bull’s corpse and throw it to Inanna. My recklessness will take me to death. But the myth will stay alive. You will stay alive too and you will have time to think and become the thoughtful king of the city of Unug.

Gilgamesh is almost unable to answer the words of his friend. But he feels the sadness in his friend’s destiny.

- You speak with the truth En-ki-du, but … What can we do? One of us has to throw that bull’s leg and die because our exaggerated audacity and our disrespect to the gods. If not, the time will brake in his eternal order. The centuries will bend and the waters will flood everything. What will happen to the world?!!

- You also speak with the truth En-ki-du, oh king of Unug. But after all this centuries fighting together, it is time for you to show something more for your fellow fighter. Why don’t you throw the bull’s leg? Give that opportunity to whom has already dead too many times to be remembered. We will see each other in a new cycle. We will fight again with Gum-ba-ba and will defeat him. This time I will come back to your city after your death. I promise to lead your people with wisdom. I have learned a lot about humbleness and justice in this thousands of years. What say you Gilgamesh?!! Will you make a sacrifice for your brother En-ki-du?!!

Gilgamesh had no time for answering his friend’s question. The god An and his daughter Inanna just appeared in that very moment. En-ki-du walked to the bull’s corpse, but Gilgamesh pushed him away with violence, throwing En-ki-du over his back. The king of Unug took the bull’s leg and threw it over the goddess. Both deities disappeared.

- Thank you my brother! – cried En-ki-du. You have shown me how selfless you are. You have saved me and the cycle stays unaltered.

The two heroes prepared again to sleep. Nevertheless, Gilgamesh was not able to sleep. He knew he was going to die soon and not going back to his city. He surrendered to his memories and soon the morning was breaking. As he feels the sunlight his heart was filled with joy. He ran to his sleeping friend. But En-ki-du did not wake up. The pain and the horror he felt were more than whatever he had felt during uncountable years. His brother was dead, even though he was the one who throw the bull’s leg. Then the god An appeared to Gilgamesh.

- You are great among great heroes Gilgamesh. You have shown that to the Universe. But, remember, myths are unalterable. God’s and heroes’ fate is one and only one. Now go, you can begin your search for immortality.

jueves, 1 de abril de 2010

El libro del eterno retorno. Tomo 1: El destino de Jakkan. Cap.1: Mograths


El mograth alzó su mazo. Su hedor confundía los sentidos y la sangre de sus heridas lo ennegrecía todo. Un solo golpe, una sola caída del monstruoso brazo en pos de su cabeza y todo terminaría. Se sentía cansado, indefenso, agotado. Apenas podía respirar. Esta era su ultima lucha. No más búsqueda, no mas hechizos, no más guerreros ni batallas. Exhaló. El mograth lo miró sorprendido y se detuvo sólo un instante para saborear su triunfo. Una leve vacilación antes de saborear la carne del vencido. Un instante. Suficiente tiempo para sentir el filo de tres hachas clavarse en su espalda.

Jakkan juraría después que la mirada del monstruo paso de la sorpresa al pánico y luego... una sonrisa. Sí, el mograth había sonreído. Luego el pesado cuerpo le cayó encima. Casi lo aplasta. Respirar era aun más difícil entonces, pero pronto sus guardianes lo liberaron del enorme bulto que pesaba sobre él. El resto de los atacantes yacía esparcido alrededor. Una docena de Guerreros Gilash y otros cuatro mograths. Demasiados. Muy lejos de sus ciudades. No estaban ni siquiera cerca de las tierras brunas y se suponía que solo quedaban algunos mograths en las montañas de Bélura. Algo extraño estaba ocurriendo en el mundo. No era lógico encontrar hombres de Gilash-nur en medio del continente.

- Cinco mograths, uhm... diría que tienes mucha suerte ashrain -. El tono despectivo que el minotauro usaba para hablar de los humanos no le molestaba tanto, como su significado en alto luindun.

- Creo que tienes razón Megula. Creo que más suerte que Zalab -. El látigo resonó y Jakkan hizo un gran esfuerzo para ahogar un grito.

- ¡Lashor! Te he dicho mil veces que no uses ese maldito látigo. Vengarnos así de los ashrain sólo nos disminuye a su inferior posición en el reino del todopoderoso Zonim.

- Y yo te he dicho Megula que yo soy Lashor Xarakan, segundo en el linaje de Inith. ¡Y no tengo porque obedecer a un plebeyo, así sea Capitán de la Orden de la Doble Hacha!. ¡Haré lo que me plazca!

- Pues empieza por ayudar al joven Zalab, así la emperatriz no nos enviará al exilio en Nashara sin armas y sin cuernos para morir de sed y no ser reconocidos por Zonim.

Lashor palideció al ver a su compañero tirado en el suelo con un charco de sangre alrededor de su cabeza y una lanza clavada en su muslo derecho.

- Me alegra que se entiendan bien entre ustedes Megula. Estoy seguro que mi viaje hacia tus tierras será muy tranquilo.

El minotauro lo miró con furia, pero también estaba cansado y sus órdenes eran llevar al ashrain con vida ante las puertas de Vilnagar. Allí sería juzgado por sus crímenes contra el pueblo de Zonim.

Los minotauros se consideraban a sí mismos una raza superior, destinada a gobernar el mundo. Sus sacerdotes aseguraban que su linaje se remontaba a épocas en las cuales los hombres no tenían el don de la palabra y se comportaban como bestias salvajes. Zonim, el rey mítico de la antigua raza se había apiadado de los hombres y les había enseñando a utilizar las palabras. Para no despertar temor viajó solo, sin armas y sin escolta, hasta las fronteras de su reino y así llevó la sabiduría a los hombres. Zonim les enseñó además como hacer fuego, como cultivar, como construir casas y almacenes, como controlar los ríos y hacer naves para cabalgar sobre el mar. Pero los ashrain, mezquinos y traicioneros, temerosos de que Zonim enseñara la sabiduría a las demás criaturas, lo asaltaron una noche en su lecho. Lo encadenaron y lo confinaron en la Casa de Paredes Torcidas, sin comida ni agua. Algunos humanos trataban de acercársele para pedir su perdón y otros le llevaban alimento, pero Zonim, amargado y hambriento, los devoraba sin conocer las intenciones de sus visitantes.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Hunger (English version)

Sun was darkening. There were no leafs, there were no caterpillars and hunger was pressing. Finally he made up his mind. He devoured the child he was taking care off in the last few days. The meat was tender and with some unpleasant sweet taste. But he could not take it anymore. He threw up. Hunger disappeared. The light turned grey and dry. Hunger came back. His throat became witness of his anger and never swallowed again. His skin started to dry up and he did not move anymore.

When they finally found him he seemed to be peacefully sleeping. His skin was bitter dry. Beside him they also found the small bones from the baby he tried to eat. The people from the town decided not to bury him. He did not deserve it. In fact, they were very hungry. They devoured him and all went forgotten.