domingo, 11 de agosto de 2013

Aryse Stormglance (ii)

La planicie se abrió ante sus ojos. Hacia ella marchando a paso redoblado, las huestes de Blekka. Su temible líder montaba su famosa yegua negra, Deathwhisper. Su figura sobresalía aún en la distancia. Era más alto que la mayoría de sus hombres y aún más alto que el propio Pheshog, uno de los pocos en superar en estatura a Lady Aryse. Dragonmane pifiaba una y otra vez, impaciente por arrollar hacia la refriega. Se escuchó un cuerno en la distancia, Lady Aryse comprendió que era la señal del enemigo para iniciar la carga. En ese momento sintió la respuesta de su ejército. Uno tras otro gritó hasta construir un solo bramido, un solo y ensordecedor bramido. Taari el Viejo, acercó su montura.

-  A vuestra señal mi Lady – Se colocó el yelmo y cerró la visera. La loriga de su caballo tintineó.
- En cuanto estén al alcance de los arqueros Taari. Quiero seis lanzamientos por arquero y luego que se retiren al esa floresta ahí atrás.
-   Así se hará mi Lady – respondió Taari.

Las huestes de Blekka alzaron su grito de guerra y siguieron avanzando. Cada vez más deprisa pero sin romper formación. Incluso los mercenarios Vasharas mantenían cierto tipo de orden. Se podía sentir la tierra temblando bajo sus pisadas, el choque de metal contra metal, el cuero rozando la piel y las armas.



Los arqueros de Lady Aryse lanzaron la primera andanada de flechas. Muchos de los hombres de Blekka cayeron, pero ninguno aminoró la marcha. Los truenos sonaron en la distancia, pero parecían tímidas estrellas en una noche de Luna llena. Los arqueros lanzaron una segunda y una tercera ronda de flechas. Entonces todo se hizo oscuridad. El Sol pareció ocultarse y Lady Aryse comprendió sus más profundos temores. En el cielo, frente a ella, oscureciendo el día estaba una pareja de Wyverns. Dos enormes leviatanes de color negro con garras color bronce y una enorme punta azul y venenosa al final de sus colas. En la nuca de cada bestia un nigromante. Ambos vestían la típica túnica negra con el símbolo de la Luna Oscura en la cimera. Mesayla fue el primero en reaccionar.

-  Arqueros! Olviden a las tropas! Disparen a las bestias, derriben esas aberraciones! Apunten a los Nigromantes! No pueden protegerse y controlar a los Wyverns al mismo tiempo!

Taari el Viejo continuó dando órdenes pero la confusión ganó unos momentos valiosos a favor de las huestes de Dhangor Blekka y sus bestias de guerra. Dos escuadrones de caballería fueron dispuestos para proteger a los arqueros, los hombres trataron de mantener la formación de águila, pero un par de claros se hicieron evidentes para el enemigo. En esos claros concentraron su ataque los capitanes de Blekka, mientras los Wyverns atacaban al resto de la caballería y a la vanguardia donde la propia Lady Aryse luchaba por mantenerse con vida sobre Dragonmane. Entonces cayeron sobre ellos los mercenarios Vasharas. Semi-desnudos llenos de tatuajes, de espaldas enormes y fuertes brazos, luchaban con mazas y hachas de guerra mientras cantaban canciones de cuna. Así las madres Vasharas preparaban a sus hijos para la guerra. Sus canciones de cuna hablaban de sangre, muerte y destrucción.

Pheshog contraatacó con sus cuatro compañías de piqueros y un escuadrón de caballería, por algunos momentos su ataque tuvo efecto y los Vasharas vacilaron, pero entonces los Wyverns volvieron a barrer con su cola el campo y la mitad de los hombres de Pheshog perecieron o quedaron heridos.

Fue entonces cuando el bravo Mesayla realizó la proeza por la que siempre sería recordado. Tomó su arco élfico y apunto utilizando el aventajado sentido de la vista que había heredado de su madre. Con una flecha de abedul y punta de plata atravesó el corazón de uno de los nigromantes. El mago oscuro murió en el acto y el Wyvern macho se vio liberado del hechizo que lo mantenía mentalmente esclavizado.

El monstruo cayó a tierra matando guerreros de ambos bandos. Luego remontó el vuelo y atacó a su hembra, para derribar al otro nigromante que, utilizando sus últimas fuerzas, logró desaparecer y huir así de la batalla.

Mesayla sonrió y orgulloso buscó la mirada de Lady Aryse. Ese fue su error. Dos guerreros de Dhangor Blekka lo atravesaron con sus espadas y un Vasharas le hundió el cráneo con su mazo. Así terminaron los gloriosos días de Mesayla, el pequeño gigante. Lady Aryse gritó, gritó con todas sus fuerzas y entonces dio rienda suelta a su dolor. El miedo desapareció y la ira tomó su lugar, una ira incontenible que la llenó de fuerza y determinación.

El viejo Taari logró reordenar el flaco derecho y cayó sobre los desconcertados Vasharas que consideraban un terrible presagio la huida de los Wyverns. Los capitanes de Blekka trataron de contenerlos, pero finalmente comenzaron a huir en desbandada. Muchos corrían gritando “¡bellura selflia!” seguros del inminente ataque de una hueste élfica.

Lady Aryse cortaba y tronchaba a ambos lados de su montura y Dragonmane arrollaba a todo el que se cruzara en su camino. La melena roja de Aryse estaba salpicada se sangre y eso le daba un aspecto más aterrador, muchos retrocedían al verla y sólo algunos seguían intentando derribarla. Con la mirada buscaba a Blekka, quería luchar con él, hacerle pagar por la muerte de Mesayla y de tantos de sus hombres. Pero el enemigo no aparecía por ninguna parte. De pronto giró y se encontró chocando su espada, Gilandar, contra la espada de Pheshog.

-     Están huyendo mi Lady – el campo es nuestro.

Ella sonrió. Pheshog le respondió con otra sonrisa, sólo para mirar horrorizado como sangraba el costado de su Lady Aryse. Un gran tajo recorría el torso de la dama desde la axila hasta la cadera y la sangre manchaba sus ropas y la cruz de Dragonmane. Fue lo último que vio Lady Aryse ese día. El terror en la mirada de Pheshog y luego sólo oscuridad. Sus guardias la bajaron de Dragonmane que pareció entender y no reaccionó ante la ausencia de su jinete. Dócilmente se dejó llevar por Pheshog hasta el campamento.

Ese día no hubo canciones. No hubo celebraciones. No hubo festín ni cerveza de brezo. Eran demasiado los muertos. Los amigos caídos llenaban de tristeza los corazones de los vencedores. La pérdida de Mesayla sumió a las tropas en una profunda tristeza y muchos veteranos lloraron en silencio. Los que no lloraban a Mesayla, elevaban sus pensamientos a los dioses y a sus ancestros, para que protegiesen la vida y la salud de su señora, Lady Aryse Stormglance que se debatía entre este mundo y el de los ancestros.