martes, 12 de octubre de 2010

Sag Ymath Enyë Aramat (Final)

El día amaneció con un Sol mortecino. Opacado por oscuros nubarrones, el gran astro parecía luchar desesperadamente por brindar un poco de luz al valle de Tloë. Las aves no entonaron sus cantos matutinos. Los animales no salieron de sus madrigueras y refugios. El viento no agitó las ramas de los árboles y ni siquiera el agua de los ríos parecía moverse. Un olor a sangre y desesperanza se adueñó del aire. El mundo se rendía ante los poderes de Aikhas. Al menos eso parecía.

El asedio comenzó temprano. Las tropas de Neraya rodeaban la colina donde se levantaba Myrvadiel. La Dama se acercó a la muralla exterior para observar al enemigo. Ahí estaba el soberano de Tloë. Sus legiones esperaban. Ansiosas por presenciar la destrucción del Castillo, lanzaban gritos de guerra intentando provocar una salida de los sitiados. Neraya estaba impaciente. Intercambiaba miradas inteligentes con su heraldo cuando un fuerte viento anunció la llegada del amo de Sigart-Qyan. Aramat retrocedió un paso.

El nigromante apareció de improviso. Sus sesenta guerreros se acercaron en silencio a las puertas del Castillo y formaron un semicírculo. Aikhas se colocó en el centro. Desde esa posición pidió hablar con la Dama del Castillo. No habló, entonó un cántico que sólo Aramat comprendió. La Dama respondió con otro cántico que rechazaba las demandas de Aikhas y lanzaba un reto. Un reto de poder. La magia más antigua se enfrentaba al gran poder acumulado por Aikhas a través de peligrosas pruebas y grandes sacrificios. Se iniciaba una lucha de armas intangibles y efectos devastadores. La magia más poderosa sería liberada en un combate sin cuartel que debía conducir a la destrucción de uno de los dos contendientes.

Aikhas se sentía seguro y todopoderoso. Vencería sin duda y arrasaría el Castillo y todo el valle de Korë. Aramat sentía miedo, pero sabía que podía enfrentar al hechicero. Al menos durante cierto tiempo. Su victoria no dependía solamente de ella. Fhen no aparecía y eso la asustaba.

El enfrentamiento se desató con toda su furia. La tierra se estremeció. Los caballos se atemorizaron, algunos lanzaron a sus jinetes y huyeron despavoridos. El viento arrancaba muchos árboles de raíz, mientras aullaba como un enorme chacal hambriento.

Las tropas de Neraya miraban a su Señor esperando una orden, una señal. Pero Neraya sólo esperaba. De pronto un canto dulce pero firme se levantó desde el interior del Castillo. Las sacerdotisas de Myrvadiel acudían para ayudar a su Señora. Como respuesta los sesenta guerreros de Aikhas alzaron sus martillos de guerra y comenzaron a girarlos sobre sus cabezas. Un canto oscuro y malévolo se levantó contra las voces de Myrvadiel. Neraya y sus hombres sintieron tanto terror que se estremecieron como niños asustados. Sentían que aquel canto arañaba su cordura y les arrancaba trozos de alma. Almir era el único que permanecía incólume, atento a lo que sucedía. Neraya lo miraba inquisitivo, pero ajeno a sus intenciones.

Los cánticos aumentaron en intensidad. El combate se hizo cada vez más violento. Contendientes y espectadores sabían que se acercaba el final. Aramat comenzó a sentir la cercanía de la derrota. Sus poderes se debilitaban y los de Aikhas comenzaban a hacerla retroceder. Fhen apareció frente a la Dama. Su mirada delataba lo que Aramat tanto temía. Se cumpliría la maldición de Aklon: Cuando una Dama del Castillo se niegue a cumplir mis designios, su propio hijo será la causa de la destrucción de Myrvadiel, y las sombras se instalarán dentro de sus murallas.

- He fallado Aramat- fue lo único que alcanzó a decir el viejo lobo.

La Dama lanzó un grito de dolor, la magia de Aikhas comenzaba a vencerla. Las defensas del Castillo comenzaban a ceder y su fuerza vital comenzaba a abandonarla. Las almenas comenzaron a derrumbarse. Algunas rocas hirieron a las gentes del Castillo. Aramat llamó a sus capitanes y comenzó a dar órdenes. Debían organizar una salida para darle tiempo a los habitantes de Myrvadiel de abandonar el Castillo, sin ser perseguidos por las tropas de Neraya. Los Hörni iniciarían el ataque, luego saldrían las tropas del Castillo y harían todo el daño posible a los invasores. Esto daría tiempo suficiente para que los habitantes escaparan a los poderes de Aikhas y a la ira de Neraya.

Los arqueros tomaron posiciones y los arcos se tensaron en sus manos. Las tropas del Castillo se ubicaron tras las puertas, esperando una señal. Aramat ya no podía soportar los ataques de Aikhas y su luz comenzaba a extinguirse. Una flecha cruzó el espacio y atravesó el cuello de un capitán de Neraya. Decenas de flechas cayeron sobre las desprevenidas y confiadas fuerzas del ahora Señor de Tloë. Muchos murieron sin percatarse de la razón. Las puertas de Myrvadiel se abrieron y las tropas del Castillo se lanzaron sobre los sitiadores. La sorpresa les dió cierta ventaja, pero el número de las huestes de Neraya pronto se hizo sentir. Sin embargo, las legiones del hijo de Uruwya sufrieron grandes pérdidas y muchos huyeron en desorden. Neraya pidió ayuda a Aikhas, pero el hechicero empleaba todo su poder contra Aramat. La Dama estaba agotada y sus tropas comenzaban a sucumbir ante las legiones de Neraya, cuando una fuerza sobrenatural cayó sobre la retaguardia de los sitiadores.

Un gigante, con un refulgente mazo de guerra tronchaba y destrozaba regimientos completos. Sus gritos atemorizaban a los guerreros de Neraya y su rostro desencajado mostraba más locura que valor. Era Ymath. Como un desesperado se abría paso hacia las murallas del Castillo. Las tropas de Myrvadiel recobraron su entusiasmo y cada uno de sus integrantes entregó la vida no sin llevarse muchas cabezas enemigas. Ymath atravesó las tropas de Neraya y llegó al semicírculo de los guardias de Aikhas. Destrozó el cráneo de cuatro de ellos. Pero era tarde. Aramat, sintiéndose abandonada, aceptó el llamado del Guardián. El brillo abandonó sus ojos y su magia se unió con su espíritu en el vientre del gran tháleka de alas negras. Myrvadiel comenzó a derrumbarse y los defensores comprendieron que había llegado el fin. Fhen se desvaneció en el aire, ante el estupefacto rostro de Ymath. Piernas de Sauce, había llegado tarde.

Por su parte, Aikhas estaba agotado. La ruptura del semicírculo de su guardia le restaba muchas fuerzas y no podía perseguir al Guardián para capturar a Aramat. El gigante giró sobre sí para buscar al hechicero y destruirlo, aún cuando esto le costara la vida. Pero los guardias de Aikhas se interpusieron entre Ymath y el hechicero, dándole a este último el tiempo necesario para recuperar alguna fuerza y entonar un hechizo que lo transportase a su fortaleza en Sigart-Qyan. Ymath acabó con la guardia pero no alcanzó al mago. Al mismo tiempo, se cumplía otra parte del plan de Aikhas. Almir, hechizado desde tiempo atrás acometía contra Neraya y le hundía una gran daga en el pecho. Atravesando su corazón, segó su vida en un instante.

Al ver morir a su rey, los capitanes del ejército sitiador iniciaron una desordenada retirada, no sin antes decapitar al traidor que, enloquecido, se lanzó contra las huestes de Neraya. Ymath los persiguió hasta las puertas de Tloë, destrozando, matando y hundiendo cráneos a su paso. Se detuvo ante las puertas de la ciudad al ver que las gentes de Luadan y de las villas cercanas, armadas con sus instrumentos de trabajo, arcos largos y algunas espadas habían tomado la desprotegida ciudad y ahora acababan con los restos del ejército de Neraya, que regresaba exhausto y atemorizado.

Nadie volvió a ver a Ymath en el valle de Tloë. Una de las Tyëninn, aquella cuyo corazón pertenecía a Piernas de Sauce, murió de pena en el verano siguiente cuando entendió que su amado no aparecería más nunca cerca del lago. Meses más tarde, un pariente de Allochar venido del Oeste, fue coronado Rey de Tloë. Myrvadiel se convirtió en un sitio oscuro y tenebroso. Se dice que el fantasma de Neraya persigue al alma de su heraldo entre las sombras, condenados ambos a pagar sus culpas en una incansable y eterna venganza. En Luadan todos recuerdan con tristeza a Piernas de Sauce. Los más ancianos dicen que un pastor lo vio lanzarse al acantilado, en el abismo de Oryck. Destrozado, culpándose por la desaparición de su padre y su hermana decidió acompañarlos al mundo de los muertos. Otros dicen que bajó por el risco, que cruzó el mar de Nemria, que viajó hacia Sigart-Qyan en busca de venganza y que su destino, el de Aramat y el del propio Aikhas, volvieron a encontrarse más allá del Istmo de Dorn-ke. Pero eso es parte de otra historia.