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domingo, 27 de octubre de 2013

Aryse Stormglance (iv)

Los defensores quedaron diezmados. Muy pocos habían sobrevivido y muchos de los heridos no verían el amanecer. Lady Aryse recuperó los cuerpos de su padre y su hermano. Los funerales fueron breves y tristes. Muy tristes. Los Vurathi caminaron altivos alrededor de ambos túmulos, como en antaño. Pero no había gloria en sus miradas, sino una gran desolación. La casa de Q’nar se había quedado sin heredero. La línea se había roto. Seguramente otra casa tomaría las tierras y el poder en Vurathi.

Elfos y enanos regresaron a sus reinos. Dejaron algunos trabajadores y orfebres para ayudar en la reconstrucción. Ambos pueblos levantaron sus estandartes pero marcharon en silencio de regreso a sus hogares.

Los Enalfos sobrevivientes fueron invitados a quedarse. Ayudarían en la reconstrucción y recibirían a cambio un hogar. Los proscritos aceptaron y consideraron pagada la deuda por sus muertos.


Entre los Vurathi sobrevivientes a la batalla el ánimo era sombrío. El destino era un oscuro pozo donde podían ahogarse todas sus esperanzas. Dos días después de los funerales de Lord Aroth y el joven Arath, las gentes de Vurathi seguían enterrando a sus muertos. Eran demasiados.

Esa tarde, al ocaso, vestida aún con su armadura manchada de sangre, Lady Aryse decidió salir al encuentro de su pueblo. Se encontró con la desesperación en la mirada de su gente. La tristeza de las madres, la amargura de los padres y el miedo de los hijos de los caídos. En cada mirada había un reproche y una súplica. Un dejo de rabia en cada sonrisa y una gota de ilusión en cada lágrima derramada.

Lady Aryse Stormglance la llamaban ahora, pues sus ojos grises llevaban una tempestad de emociones en su brillo y causaban algo de incomodidad, tristeza y temor en quienes le sostenían la mirada.

-  ¡Gente de Vurathi! – comenzó a decir en tono pausado pero firme. – La oscuridad ha caído sobre nosotros. La tristeza atenaza nuestros corazones y el mañana es sólo una aciaga certeza. Quiero decirles  - la voz se le quebró – Quiero asegurarles que estarán protegidos. El enemigo se ha retirado a sus tierras. Nuestros exploradores los han visto regresar en sus naves. Hemos pagado un alto precio, pero nuestra Guardia aún cuidará nuestro castillo y nuestros caminos. Reconstruiremos lo que el fuego ha devorado. Cultivaremos otra vez los campos arrasados. Nuestros aliados, elfos y enanos, enviarán más ayuda. Nuestros hermanos Enalfos se quedarán entre nosotros y fortalecerán nuestros muros, engrosarán nuestras fuerzas y crecerán entre nosotros. Sus niños jugarán con los nuestros y soñarán con un futuro, juntos.

Su gente la miraba, atenta, pero demasiado afectada por la incertidumbre. Entonces Lady Aryse expresó lo impensable.

-  Yo gobernaré Vurathi. Restableceré el linaje. Conmigo se mantendrá la casa de Q’nar si ustedes así lo desean. Yo puedo seguir con el gobierno de mi padre. Honrar su memoria y mantener sus promesas. La misma sangre vertida por mi padre y por mi hermano Arath – nuevamente se le quebró la voz – me dará la fuerza para protegeros y apoyaros como ellos lo hicieron. Pero si ustedes piensan que debo entregar Vurathi a otra casa, los entenderé y obedeceré vuestros corazones. ¿Qué me dicen? ¿Cuál es vuestra decisión?

Los Enalfos fueron los primeros en contestar. Finalmente tenían un hogar y no estaban dispuestos a perderlo.

-  ¡Lady Aryse Stormglance! ¡Lady Aryse de Vurathi! !Gellam Tanatur!

La gente de Vurathi pareció animarse. Los hombres jóvenes primero, luego los miembros de la Guardia que la habían visto luchar como una fiera salvaje en la refriega final contra los Filbatha. Luego los veteranos, los enfermos, la mujeres y aún los ancianos, todos comenzaron a vitorear a su señora.

-  ¡Lady Aryse! Lady Aryse de Q’nar! ¡Lady Aryse Stormglance! !Gellam Tanatur!


Al final, todos gritaban al unísono. El ruido era ensordecedor. Se escuchaba el orgullo sobre la pena. La esperanza sobre la angustia. La gloria sobre la propia muerte.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Aryse Stormglance (iii)

La herida era grave, pero no mortal. Un tajo largo y profundo, pero no suficiente para cegar la luz de la mirada de Aryse. Taumaturgos y herbolarios discutían sobre cómo tratar a la dama. Unos a otros se contradecían y argumentaban su razón con vehemencia. Alguien se acercó en silencio. Los sabios seguían en su discusión y no lo vieron pasar. Lady Aryse en medio de su debilidad sintió una cálida mano que levantaba ligeramente su cabeza y unas palabras en antiguo élfico que acompañaban a un brebaje de sabor amargo pero enérgico.

-      Mi nombre es Mesayla – escuchó una voz fuerte y danzarina al mismo tiempo. – Esto te ayudará a mejorar mientras tus sabios deciden como matarte. Pareció reír muy quedamente al final de su comentario.

La bebida hizo efecto rápidamente. Lady Aryse entró en el mundo de los sueños, el Vjällnir, como lo llamaban los elfos. Su cuerpo se hizo liviano. Su temperatura ascendió ligeramente. Comenzó a escuchar voces del pasado. Canciones de cuna. Cánticos. Lamentos. Llantos y risas. Imágenes se mezclaban en su mente, una tras otra, varias al mismo tiempo. De pronto sintió que se elevaba. Podía ver a los taumaturgos y herbolarios aún discutiendo. Podía ver a Mesayla sentado a su lado, susurrando algo en su lengua.

De pronto sólo oscuridad. Sintió el mismo terror que pudo ver en la mirada de Pheshog. Luego una pequeña luz. Una luciérnaga se posó en su mano. Luego voló y comenzó a iluminar dando vueltas alrededor de Aryse. Podía ver el castillo desde arriba, las tierras allende el río, los pájaros y los halcones.

Lady Aryse se abrumó con la belleza que veía. Tanto verde y tanto azul. Pensó en tantas batallas inútiles, en tanta sangre derramada. Demasiadas batallas, muchas consecuencia de su belleza y su linaje. Demasiados pretendientes, demasiados tontos y demasiados orgullos rotos. Una sonrisa se asomó a la comisura de los labios. Siguió recordando.

Una vez muertos su padre y su hermano, defendiendo sus tierras en la guerra contra la invasión de los Filbatha y sus bestias de guerra. Lady Aryse tuvo que hacerse cargo de los deberes del señorío. No fue sencilla la tarea.

Primero, tuvo que rechazar los intentos de varios senescales y mayordomos de su padre por hacerse con el mando de las tropas y con la herencia de la casa. Varios pidieron su mano, algunos intentaron tomar la heredad, la casa y su cuerpo por la fuerza, pocos sobrevivieron. Muchos abandonaron las tierras de su padre con la cabeza baja y un poderoso rencor en la mirada.

Finalmente, quedó muy reducida su mesnada, pero muy elevado su espíritu. Tuvo que nombrar nuevos capitanes. Un herrero, un veterano sargento y un joven sobrino de uno de aquellos que abandonaron la heredad. El joven escudero juró lealtad a Lady Aryse, con el tiempo, pudo demostrarla varias veces.

-  La belleza puede ser una pesadilla – murmuró. Una frase que la acompañaba desde muy joven.

Cuando aún contaba con sólo trece inviernos destrozó, sin querer, el corazón de su primo Feron. El joven conde había sucumbido, desde su primer encuentro, a su cabellera roja como el fuego, sus ojos grises, su piel pálida como el sol de invierno y su hermosa figura. Lady Aryse tuvo que aprender, una desagradable experiencia tras otra,  a medir sus palabras, a cubrir adecuadamente su cuerpo y a soportar la lujuria en los ojos de tantos nobles, guerreros y soldados con los cuales debía compartir su cotidianidad de una forma o de otra.

Sólo Taari, el veterano sargento, la miraba como a otro igual. Eso le agradaba. No había segundas intenciones en su amabilidad y su interés en educarla e instruirla en el manejo de las armas y la doma de caballos era genuino, como su corazón. Taari no tenía halagos para la joven Aryse, sólo reprimendas y sabios consejos. Era bueno saber que en alguien podía confiar.

Comenzó a huir de la corte y sus miradas. Prefería el uso de la espada y cabalgar sobre el potro que su padre le había obsequiado. Era un hermoso ejemplar de Niaspi, un macho fogoso y temperamental que parecía calmarse al contacto con las manos de Lady Aryse. Su vínculo surgió de inmediato, con el primer galope fue suficiente y fueron uno para el otro, jinete y montura, enlazados en una preciosa danza que compartirían desde entonces, cada vez que lograban reunirse en los campos de su padre. Ambos componían una hermosa figura que parecía deslizarse entre el verde y los acantilados en las tierras de Vurathi.

Lady Aryse aprendió a manejar la espada, la ballesta, el arco y la lanza, como el mejor de los capitanes de su padre. Aprendió a lanzar cuchillos, a luchar cuerpo a cuerpo, sin armas y sin más ropas que un taparrabos y una camisa. Sus músculos se hicieron fuertes y tonificados. Su piel se bronceó ligeramente por las largas horas de entrenamiento bajo el sol.

Al cumplir diecinueve años, era capaz de retar a su hermano en combate y vencerlo. Arath era un gran guerrero, el orgullo de su padre, Lord Aroth de Vurathi. Pero Lady Aryse era capaz de de vencerlo a mano limpia. Lady Nemarine, su madre, miraba horrorizada como su hija se había convertido en un poderoso guerrero y mostraba siempre su descontento con aquella situación. Pero Lord Aroth la calmaba con su mirada y sus palabras de ánimo.

-      No temas mi señora. Nunca dejaré que siquiera se vierta sangre cerca de ella, nuestra Aryse jamás irá a batalla con nosotros.

Aryse se llenaba de furia y descontento al oír aquello. Pero evitaba causar tristeza en su madre y desasosiego en su padre. Así que se tragaba las palabras y esperaba ansiosa por una oportunidad para probar su destreza y su valor. No sabía cuán pronto ese momento estaba por alcanzarla.

Los Filbatha cayeron sobre la costa norte como rayos sobre una pequeña villa, destruyendo y quemando a su paso todo lo que su gente había creado con esfuerzo y amor. Sus bestias de guerra parecían invencibles. Causaban temor aún entre los guerreros más curtidos. Algunos llegaron a pensar que eran seres creados con magia negra o demonios del inframundo. Pero no. Eran bestias desconocidas en este lado del mar. 

Luego de varias derrotas, los ejércitos de Lord Aroth estaban desmoralizados. Arath el hermano de Lady Aryse envió mensajeros pidiendo ayuda a todos los nobles de los señoríos cercanos y no tan cercanos. Sólo una gran fuerza podría contener a los Filbatha. No hubo respuesta. Al menos, no la esperada. Los mensajeros regresaron con muchos halagos, muchas excusas y ningún refuerzo.

-      Nos han dejado solos padre – dijo el joven a Lord Aroth. Algo de tristeza y rabia se podía sentir en el tono de su voz.
-      Casi todos – respondió el señor de Vurathi.

Sonaron trompetas en la distancia y el corazón del joven Arath se aceleró. Toda la guarnición del castillo se preparó para el asalto.

-      ¡Son ellos padre! ¡A las armas!
-  Son ellos Arath, pero no quienes tú crees – Lord Aroth parecía entusiasmado y la sorpresa casi se transforma en alegría para Arath.

Cuando finalmente se asomaron a la muralla, Lord Aroth sonreía como un niño. Dos pequeñas formaciones se acercaban al castillo desde el sur y desde el suroeste. La primera avanzaba con los colores azules y amarillos de las huestes de los elfos del bosque alto.  La segunda con los colores marrón y gris de los enanos de las cuevas rotas, la casa de Melmbur, el señor de Bhakinzar, la ciudad de las gemas.




Ambas razas eran aliadas de la casa de Q’Nar, los señores de Vurathi. Pero sólo eso tenían para unirlos en batalla, una larga historia de conflictos desde el rapto de la princesa Filthumvilya por un fuerte príncipe de los enanos, se había hecho costumbre entre ambas razas.

-     Son pocos padre – dijo Arath
-   Sí, hijo mío, menos de lo que esperaba, pero cada uno de ellos vale por dos o más de nosotros. Ayudarán a igualar la balanza.

Sólo trescientos guerreros elfos con sus arcos largos y sus espadas plateadas, casi el doble de guerreros enanos con sus hachas de hierro y sus martillos de guerra. Todos dispuestos a ayudar a sus hermanos de Vurathi. El recibimiento fue muy emotivo. Las gentes de Vurathi se lanzaron a recibir a sus hermanos elfos y enanos. La luz parecía brillar nuevamente en sus vidas.

El Sol se ocultó dos veces. Entonces, en una sombría mañana, una gran hueste se divisó en el horizonte. Los Filbatha venían a culminar su conquista. Venían a derrotar de una vez por todas a la casa de Q’nar. Los señores de Vurathi eran el único obstáculo para cruzar el istmo y seguir sometiendo nuevas tierras del continente bajo su poder.

Los invasores iniciaron el asalto al castillo sin perder un instante. El primer ataque fue brutal. Hombres, elfos y enanos se entregaron a la defensa. Los arqueros elfos diezmaron la vanguardia de los Filbatha, pero sus legiones eran numerosas. Cuando la victoria paracía hacerles un guiño a los defensors, aparecieron las bestias de los Filbatha. Wyverns y mantícoras, nagorns y belersdachs.




Arath concentró las fuerzas aliadas en la defensa contra las bestias. Los enanos se dedicaron a destruir a los nagorns y hacer el mayor daño posible a los belersdachs. Los elfos se concentraron en los wyverns y las mantícoras. Los humanos en hacer frente a las legiones de Filbatha que, oleada tras oleada, se estrellaban contra las paredes del castillo.

La batalla duró toda la mañana y casi toda la tarde. Los defensores no podían hacer más de lo que ya habían hecho y su ánimo comenzaba a vacilar.

En ese momento apareció Lord Aroth, Señor de Vurathi, Cyalbo de la Casa de Q’nar. Montando su caballo, un hermoso corcel de de guerra llamado Drom, salió al patio de armas arengando a sus hombres. Vestía su armadura roja y dorada, la de la Casa de Q’nar. El sol de la tarde la hacía relucir ante el enemigo y por un momento, los defensores pensaron que el propio Shamokk había venido a ayudarlos.

-  ¡A mí! ¡A mí, valientes Vurathi! ¡Por nuestros hijos, por nuestros padres! ¡Por nuestro honor! ¡Athanatar mashut bellura!

Cientos de voces respondieron y el ánimo regresó a los corazones de los defensores. Se abrieron las cuadras y decenas de caballeros Vurathi montaron sus caballos. Muchos guerreros elfos montaron también. Se abrieron las puertas y los defensores salieron a la carga.

Sorprendidos, los Filbatha cedieron ante el empuje inicial de la carga liderada por Lord Aroth, pero pronto las bestias de guerra volvieron a inclinar la balanza contra los defensores. Entonces salieron los enanos, entonando con voz grave su lamento de guerra. Blandiendo y lanzando hachas eliminaron a casi todos los nagorns y belersdachs. Los pocos que sobrevivieron, huyeron de la batalla. Luego se dedicaron a las mantícoras que descendían para atacar a los defensores. El propio Príncipe Nubar mató al capitán de los Filbatha que montaba al líder de las mantícoras y a su bestia. Pero murió también por las heridas que había sufrido. El resto de las mantícoras se lanzó sobre los enanos que habrían sucumbido de no ser por los arqueros elfos que aún quedaban en las murallas.

Aryse enloquecía en sus habitaciones. Se había puesto su armadura y sus armas estaban listas para ser usadas, pero dos guardias en su puerta no la dejaban salir. Podría vencerlos pero no iba a derramar sangre Vurathi. De pronto escuchó voces, el Capitán de la Guardia de la Fortaleza necesitaba cada hombre que pudiese luchar en las almenas y en las murallas. Los guardias se fueron y Aryse salió al corredor. Su armadura, azul y plata, relució con la luz que se filtraba. Ni una mancha, ni una abolladura. Para ella, una total vergüenza.

Corrió hacia las murallas y pudo ver morir al Príncipe de los enanos. Sus hermanos lucharon para recuperar su cuerpo y los arqueros elfos diezmaron a las mantícoras que salvajemente los atacaban. Los enanos se retiraron hacia las puertas del castillo. 

La batalla comenzaba a ser masacre. Hombres y elfos eran arrojados de sus monturas. Flechas, lanzas, hachas y garras cegaban sus vidas. Arath luchaba haciendo honor a su nombre, “como un león. Sus armas cortaban y tronchaban como un remolino de metal. Los Filbatha lo atacaban cada vez con mayor temor. Estaba agotado, pero no podía dejar de defender a su padre que, herido, luchaba por mantenerse sobre el lomo de Drom, mientras mataba a cuanto Filbatha podía aún golpear con su espada.

-          ¡Padre! ¡Regresa al castillo! ¡Debes salvarte!

No recibió respuesta. Sólo tuvo un instante para  ver a su padre caer bajo las garras de un Wyvern que destrozó su cuerpo y el de Drom, dejando sólo un amasijo de carne, miembros y sangre. Giró sobre sí y recibió media docena de flechas Filbatha en su pecho. Así cayeron los últimos varones de la Casa Q’nar.

El grito de Aryse murió en su garganta. La ira se apoderó de su corazón y el miedo atenazó su espíritu. Por un momento pensó que moriría, pensó que se desvanecería y sería esclavizada por los Filbatha, cuando finalmente tomaran la fortaleza. Volvió a mirar hacia abajo y vio los restos de su padre y su hermano. Vio los cuerpos de tantos amigos y aliados. Hombres, elfos y enanos, muertos o heridos bajo las legiones de los Filbatha que ya se acercaban a las puertas del castillo. Se dio vuelta. Miró hacia abajo otra vez y vio a las gentes de Vurathi. Herreros, labradores, peleteros, tenderos, carpinteros y pescadores. Hombres, mujeres, niños y ancianos. Tíos, hermanos, padres e hijos. La Guardia de la Fortaleza firme.

-          ¡Gente de Vurathi! - gritó - ¡Gente de mi padre! - siguió.

Lanzó entonces una arenga que muchos aseguraban fue grandiosa, pero que Aryse no lograba evocar desde ese mismo día. Sólo podía recordar el grito ensordecedor de la gente.

-          ¡Lady Aryse! ¡Vurathi! ¡Athanatar mashut bellura!


Recordaba las puertas del catillo abrirse y recordaba a la gente de Vurathi abalanzándose sobre el enemigo. Recordaba el choque del metal y los gritos. Su espada contra otras, contra lanzas, contra hachas, los relinchos de su potro Dragonmane. Recordaba el rostro asombrado de los Filbatha ante una nueva carga desde el castillo. El sol comenzó a ocultarse y los Filbatha sufrieron otro ataque desde su propia retaguardia. 

Los Enalfos, mestizos proscritos por sus razas de origen, decidieron que era el momento de ganarse el respeto de sus ancestros. Más de tres mil guerreros frescos llegaron en formación cerrada apoyados por arqueros y caballería ligera. Finalmente, los Filbatha cedieron. Los sobrevivientes se retiraron ordenadamente. Regresaron a la costa y luego a sus tierras de origen a bordo de sus rápidas naves. 

Vurathi se había salvado. Pero se había salvado tan poco, recordaba Lady Aryse en medio de su ensoñación.

domingo, 11 de agosto de 2013

Aryse Stormglance (ii)

La planicie se abrió ante sus ojos. Hacia ella marchando a paso redoblado, las huestes de Blekka. Su temible líder montaba su famosa yegua negra, Deathwhisper. Su figura sobresalía aún en la distancia. Era más alto que la mayoría de sus hombres y aún más alto que el propio Pheshog, uno de los pocos en superar en estatura a Lady Aryse. Dragonmane pifiaba una y otra vez, impaciente por arrollar hacia la refriega. Se escuchó un cuerno en la distancia, Lady Aryse comprendió que era la señal del enemigo para iniciar la carga. En ese momento sintió la respuesta de su ejército. Uno tras otro gritó hasta construir un solo bramido, un solo y ensordecedor bramido. Taari el Viejo, acercó su montura.

-  A vuestra señal mi Lady – Se colocó el yelmo y cerró la visera. La loriga de su caballo tintineó.
- En cuanto estén al alcance de los arqueros Taari. Quiero seis lanzamientos por arquero y luego que se retiren al esa floresta ahí atrás.
-   Así se hará mi Lady – respondió Taari.

Las huestes de Blekka alzaron su grito de guerra y siguieron avanzando. Cada vez más deprisa pero sin romper formación. Incluso los mercenarios Vasharas mantenían cierto tipo de orden. Se podía sentir la tierra temblando bajo sus pisadas, el choque de metal contra metal, el cuero rozando la piel y las armas.



Los arqueros de Lady Aryse lanzaron la primera andanada de flechas. Muchos de los hombres de Blekka cayeron, pero ninguno aminoró la marcha. Los truenos sonaron en la distancia, pero parecían tímidas estrellas en una noche de Luna llena. Los arqueros lanzaron una segunda y una tercera ronda de flechas. Entonces todo se hizo oscuridad. El Sol pareció ocultarse y Lady Aryse comprendió sus más profundos temores. En el cielo, frente a ella, oscureciendo el día estaba una pareja de Wyverns. Dos enormes leviatanes de color negro con garras color bronce y una enorme punta azul y venenosa al final de sus colas. En la nuca de cada bestia un nigromante. Ambos vestían la típica túnica negra con el símbolo de la Luna Oscura en la cimera. Mesayla fue el primero en reaccionar.

-  Arqueros! Olviden a las tropas! Disparen a las bestias, derriben esas aberraciones! Apunten a los Nigromantes! No pueden protegerse y controlar a los Wyverns al mismo tiempo!

Taari el Viejo continuó dando órdenes pero la confusión ganó unos momentos valiosos a favor de las huestes de Dhangor Blekka y sus bestias de guerra. Dos escuadrones de caballería fueron dispuestos para proteger a los arqueros, los hombres trataron de mantener la formación de águila, pero un par de claros se hicieron evidentes para el enemigo. En esos claros concentraron su ataque los capitanes de Blekka, mientras los Wyverns atacaban al resto de la caballería y a la vanguardia donde la propia Lady Aryse luchaba por mantenerse con vida sobre Dragonmane. Entonces cayeron sobre ellos los mercenarios Vasharas. Semi-desnudos llenos de tatuajes, de espaldas enormes y fuertes brazos, luchaban con mazas y hachas de guerra mientras cantaban canciones de cuna. Así las madres Vasharas preparaban a sus hijos para la guerra. Sus canciones de cuna hablaban de sangre, muerte y destrucción.

Pheshog contraatacó con sus cuatro compañías de piqueros y un escuadrón de caballería, por algunos momentos su ataque tuvo efecto y los Vasharas vacilaron, pero entonces los Wyverns volvieron a barrer con su cola el campo y la mitad de los hombres de Pheshog perecieron o quedaron heridos.

Fue entonces cuando el bravo Mesayla realizó la proeza por la que siempre sería recordado. Tomó su arco élfico y apunto utilizando el aventajado sentido de la vista que había heredado de su madre. Con una flecha de abedul y punta de plata atravesó el corazón de uno de los nigromantes. El mago oscuro murió en el acto y el Wyvern macho se vio liberado del hechizo que lo mantenía mentalmente esclavizado.

El monstruo cayó a tierra matando guerreros de ambos bandos. Luego remontó el vuelo y atacó a su hembra, para derribar al otro nigromante que, utilizando sus últimas fuerzas, logró desaparecer y huir así de la batalla.

Mesayla sonrió y orgulloso buscó la mirada de Lady Aryse. Ese fue su error. Dos guerreros de Dhangor Blekka lo atravesaron con sus espadas y un Vasharas le hundió el cráneo con su mazo. Así terminaron los gloriosos días de Mesayla, el pequeño gigante. Lady Aryse gritó, gritó con todas sus fuerzas y entonces dio rienda suelta a su dolor. El miedo desapareció y la ira tomó su lugar, una ira incontenible que la llenó de fuerza y determinación.

El viejo Taari logró reordenar el flaco derecho y cayó sobre los desconcertados Vasharas que consideraban un terrible presagio la huida de los Wyverns. Los capitanes de Blekka trataron de contenerlos, pero finalmente comenzaron a huir en desbandada. Muchos corrían gritando “¡bellura selflia!” seguros del inminente ataque de una hueste élfica.

Lady Aryse cortaba y tronchaba a ambos lados de su montura y Dragonmane arrollaba a todo el que se cruzara en su camino. La melena roja de Aryse estaba salpicada se sangre y eso le daba un aspecto más aterrador, muchos retrocedían al verla y sólo algunos seguían intentando derribarla. Con la mirada buscaba a Blekka, quería luchar con él, hacerle pagar por la muerte de Mesayla y de tantos de sus hombres. Pero el enemigo no aparecía por ninguna parte. De pronto giró y se encontró chocando su espada, Gilandar, contra la espada de Pheshog.

-     Están huyendo mi Lady – el campo es nuestro.

Ella sonrió. Pheshog le respondió con otra sonrisa, sólo para mirar horrorizado como sangraba el costado de su Lady Aryse. Un gran tajo recorría el torso de la dama desde la axila hasta la cadera y la sangre manchaba sus ropas y la cruz de Dragonmane. Fue lo último que vio Lady Aryse ese día. El terror en la mirada de Pheshog y luego sólo oscuridad. Sus guardias la bajaron de Dragonmane que pareció entender y no reaccionó ante la ausencia de su jinete. Dócilmente se dejó llevar por Pheshog hasta el campamento.

Ese día no hubo canciones. No hubo celebraciones. No hubo festín ni cerveza de brezo. Eran demasiado los muertos. Los amigos caídos llenaban de tristeza los corazones de los vencedores. La pérdida de Mesayla sumió a las tropas en una profunda tristeza y muchos veteranos lloraron en silencio. Los que no lloraban a Mesayla, elevaban sus pensamientos a los dioses y a sus ancestros, para que protegiesen la vida y la salud de su señora, Lady Aryse Stormglance que se debatía entre este mundo y el de los ancestros.

jueves, 25 de julio de 2013

Aryse Stormglance (i)



Lady Aryse Stormglance dio una leve palmada al cuello de su montura. Dragonmane se movió grácil y orgulloso hacia la pequeña elevación que se levantaba desafiante ante aquella llanura interminable, sin fin en el horizonte. Los seguían cinco jinetes de la guardia y los tres capitanes de la dama Pheshog, Taari el viejo y Mesayla.

Por un instante, Lady Aryse se dejó abrazar por el miedo, el más puro terror se adueñó de su mente y de su cuerpo, lo dejó vagar por su piel y sus vísceras por sólo un instante para dejarlo vagar y alejarse de su ser y de su ejército. El mismo Dragonmane pudo sentir ese terror, ese sentimiento que inexplicablemente le transmitía su dama antes de cada batalla. Pero Dragonmane también conocía lo breve de su presencia, lo efímero de su efecto sobre el espíritu de Lady Aryse y sobre su propio poderoso corazón de caballo. Entonces pifiaba orgulloso y dejaba salir un relincho que parecía cubrir el paisaje. El era Dragonmane. Un gran semental de los Niaspi, el antiguo linaje de caballos de batalla. Era noble, fuerte y temerario en la refriega. Dragonmane era el caballo de Lady Aryse Stormglance. Más rápido que la mayoría de los caballos de batalla y la mejor montura para una carga valerosa. Sus crines eran de dos colores, blanco ceniza con marrón claro, y por eso lo llamaron Dragonmane, como todos suponían eran los colores de los ancestrales dragones de Siluvia.

Taari el viejo se atrevió a romper el silencio:  - Son muchos mi Lady. Más de cinco mil hombres a pie y por lo menos tres regimientos de caballería, sin contar los mercenarios Vasharas. Un ejército formidable.

Bah! – respondió Mesayla – más alimento para mi hacha, eres sólo un viejo comedor de verduras.

De extraña fisonomía por su origen mestizo el rubicundo Mesayla era superado en tamaño casi por todos los miembros del ejército de Lady Aryse, pero su cuerpo había heredado la fortaleza del linaje de los enanos al que pertenecía su padre, con los rasgos angulosos y delicados del rostro de su madre, la legendaria Filthumvilya, de renombre entre las guerreras elfas del bosque de Doreani.

Pheshog, el más callado, el más leal de todos los soldados de Lady Aryse, se atrevió a hablar en ese momento: - Somos menos es cierto. Pero estamos mejor armados y mejor cohesionados. La moral de los hombres es alta mi Lady.

- Lo sé mi buen Pheshog – habló finalmente Lady Aryse – Pero no se trata de un ejército cualquiera. Se trata de Dhangor Blekka, el señor de la muerte lo llaman. No ha sido derrotado. No por mucho tiempo, al menos. Además nuestros guerreros están agotados por la marcha forzada de los últimos dos días. Tendremos que aprovechar hasta la última gota de sangre y sabiduría que poseemos. ¡Despliegalos en formación vuelo de águila! ¡Debemos destrozar el centro y evitar ser envueltos por la caballería! ¡Quiero seis rondas de flechas antes del combate cuerpo a cuerpo, y no quiero perder un solo arquero! Vamos trío de niños a divertirse! ¡Suerte y buena caza! ¡Nos veremos aquí otra vez, al terminar la batalla!


Lady Aryse Stormglance, giró con Dragonmane y se dirigió hacia la vanguardia de su ejército. Esta sería una batalla memorable, pero muchos de sus guerreros no podrían recordarla pues quedarían sembrados en el campo para alimento de los buitres que ya sobrevolaban con su lúgubre paciencia sobre aquella planicie. Esta vez el miedo parecía acecharla desde un rincón de su mente. No había logrado alejarlo del todo. Eso no era un buen presagio, pero intentó empujarlo hacía el borde de su consciencia. Tenía que arengar a sus tropas y una batalla que ganar. Ya habría tiempo para el miedo, pensó. Un escalofrío recorrió su cuerpo y Dragonmane respondió con otro relincho.

lunes, 22 de julio de 2013

Dragonmane (English version)



He was Dragonmane. A great stallion from the Niaspi, the ancient breed of warhorses. He was noble, strong and fearless in battle. He was the horse of the Lady Aryse Stormglance. He was faster than most of the warhorses and he was the best mount for a brave charge. His mane was two-colored, white-ash and light brown so he was called Dragonmane, as the ancient dragons from Siluvia were supposed to be colored.

sábado, 8 de enero de 2011

Athaloch's hill

Athaloch rode down the hilltop. It was a leaden morning. Sun appeared very shy for a moment then it hid behind great gloom dark clouds. The grass was very moist and it made him remember those last summer weeks among his people. Few days ago that same smell invited small animals to go out their dens and look for food before great predators awake.

He rode down to the base of the hill. They were waiting for him. The seven thunders of Gryna. In perfect formation, the sons of death ask him to be imprudent. Charge on them would only lead him to a trap. It was wiser to wait.

(Illegible part, because of burnings and cracks on the manuscript)

Anyway, death was for sure the most probable result of facing those semi-human creatures with purple eyes and nauseating breath. The seven thunders had been waiting all night. Their mission was to destroy that young lad with enraged look and sullen temper that was enough brave or maybe mad to challenge the goddess will.

Athaloch left his home once, when he saw the burning of the city of Tloë, even if he never rode close to the city.

(Another unreadable part that ends with “… the wrath of the goddess of the dark world”)

It was another destiny ahead on his life. He found it in a small village near to the Leigh Daar. The seven thunders of Gryna had been turning a green and blooming valley into an unbreathable waste. People were starving to death and very few children did survive their fourth birthday. Many babies did born already dead. However, the people from Khela were determined to not abandon their homes and die in their ancestor’s lands before thinking on escape from the seven demons lurking around their town day after day.

There in Khela, Athaloch realized that fate had brought him to help those brave peasants. After many years living among the wolves in Gywrd Mountains, he understood fellowship meant for humans. I addition, his will has no longer his will. He lost it in the eyes of a young girl from Khela. Thenay-Lu was beautiful, the most beautiful creature he has ever seen among the living creatures of the world. His heart was buried in Khela from the first moment he saw her that summer afternoon when he crossed the doors of the village.

Athaloch gave a soft slap to his horse’s neck. The formidable equine was sweaty and tense. Athaloch’s thoughts flew to her. He drew his sword, took the battle-ax in his left hand and raised both arms. That was the sign. The seven thunders howl and throw themselves over the warrior.

Three days after, some of the men from Khela, twelve of them arrived to the battlefield. With them also came Thenay-Lu. There was no blood. There were neither bones nor signs of violence. They just found a huge old white wolf groaning over a broken sword. None ever saw the seven thunders again. In time, the valley lands recovered its green. People from Khela were farming again. Thenay-Lu went to live in a nearby hill. She built a hut with some help of the youngsters from Khela. There she waited for her last day always accompanied by Garrna the great white wolf she found where she expected to find the corpse of Athaloch. The people from Khela began to call her the Athaloch-mawr maiden.

Nothing more was ever known about the young warrior, but the people from Khela always talk and swear about how every year when fall begins they can hear the war cry from Athaloch fighting against the seven thunders of Gryna.

martes, 7 de septiembre de 2010

Bedtime story

Another night and she’s still away. I just cannot remember when she really left.

I can see her picture from here. It remains up there on the table. It looks like it was taken thousands years ago. Nevertheless, time seems to forgive that picture.

It is a quiet night. But it’s really cold.

Yes. It is a quiet night. That’s why I sleep here, under the bed. So I will not disturb her in her sleep, wherever she is.

lunes, 19 de abril de 2010

EN-KI-DU (english version)

The two heroes were resting in the aftermath of the battle. Fighting had been exhausting as always. Defeat was too closed too many times and death tried to capture them in several moments. In the last instant, both warriors came over the monster and brought him down to the ground. Then they severed the giant’s head and dismembered the body. The cedar woods have no longer a guardian and its beauty offers wide open to both warriors.

Gilgamesh gets distracted remembering his city, the great Unug, while his brother in arms takes care of his own wounds. Then the cedars start to shake and rumble, some trees brake and others are tear down to pieces by a unnatural whirlwind. Both heroes are thrown to the ground, helpless against that mysterious wind.

Before them appears the goddess Inanna, supreme lady of the combats. She claims victory for the friends. Nevertheless, En-ki-du sees something strange in the goddess and tells his friend to be cautious about that strange situation.

Inanna approaches Gilgamesh and declares him celestial hero. The prince of Unug receives his price with doubt and not much enthusiasm. Inanna disappears and both heroes start jumping and celebrating, they held each other as real brothers. They scream victory and compare themselves to the gods.

Then night falls and the two warriors prepare themselves to get some rest. They fall asleep. They promise each other to look for new adventures in the morning.

Suddenly, a shining takes them away from their dreams. The goddess Inanna appears again before them. This time she wants Gilgamesh to take her, but he rejects her with violence. The hero from Unug knows the luck of the previous lovers of Inanna and he does not fall to her beauty.

Now Inanna is furious. She screams and promises misfortune and death to the heroes. Then she disappears. The companions feel the ground roaring and shaking bellow them with an overwhelming force. Expecting the worst, the friends are back to back and waiting for their destiny. The reason for the earthquake soon comes to sight. The powerful God An has sent one of his winged bulls to destroy those who offended his daughter. The enormous beast charges against the warriors, but at the end the monster is the one that perishes because of the strength of both comrades.

Gilgamesh starts to jump and scream of happiness. But En-ki-du is paralyzed, numb, away within his own mind. His brother sees him in that state and gets closer to En-ki-du.

- What is it great En-ki-du, hero among heroes?! – he shouts. We have prevailed!!

- Yes Gilgamesh, we have prevailed. Now, as I have done in thousands of years, I will wait for the God and his daughter to appear again. Then I will take a leg from the bull’s corpse and throw it to Inanna. My recklessness will take me to death. But the myth will stay alive. You will stay alive too and you will have time to think and become the thoughtful king of the city of Unug.

Gilgamesh is almost unable to answer the words of his friend. But he feels the sadness in his friend’s destiny.

- You speak with the truth En-ki-du, but … What can we do? One of us has to throw that bull’s leg and die because our exaggerated audacity and our disrespect to the gods. If not, the time will brake in his eternal order. The centuries will bend and the waters will flood everything. What will happen to the world?!!

- You also speak with the truth En-ki-du, oh king of Unug. But after all this centuries fighting together, it is time for you to show something more for your fellow fighter. Why don’t you throw the bull’s leg? Give that opportunity to whom has already dead too many times to be remembered. We will see each other in a new cycle. We will fight again with Gum-ba-ba and will defeat him. This time I will come back to your city after your death. I promise to lead your people with wisdom. I have learned a lot about humbleness and justice in this thousands of years. What say you Gilgamesh?!! Will you make a sacrifice for your brother En-ki-du?!!

Gilgamesh had no time for answering his friend’s question. The god An and his daughter Inanna just appeared in that very moment. En-ki-du walked to the bull’s corpse, but Gilgamesh pushed him away with violence, throwing En-ki-du over his back. The king of Unug took the bull’s leg and threw it over the goddess. Both deities disappeared.

- Thank you my brother! – cried En-ki-du. You have shown me how selfless you are. You have saved me and the cycle stays unaltered.

The two heroes prepared again to sleep. Nevertheless, Gilgamesh was not able to sleep. He knew he was going to die soon and not going back to his city. He surrendered to his memories and soon the morning was breaking. As he feels the sunlight his heart was filled with joy. He ran to his sleeping friend. But En-ki-du did not wake up. The pain and the horror he felt were more than whatever he had felt during uncountable years. His brother was dead, even though he was the one who throw the bull’s leg. Then the god An appeared to Gilgamesh.

- You are great among great heroes Gilgamesh. You have shown that to the Universe. But, remember, myths are unalterable. God’s and heroes’ fate is one and only one. Now go, you can begin your search for immortality.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Hunger (English version)

Sun was darkening. There were no leafs, there were no caterpillars and hunger was pressing. Finally he made up his mind. He devoured the child he was taking care off in the last few days. The meat was tender and with some unpleasant sweet taste. But he could not take it anymore. He threw up. Hunger disappeared. The light turned grey and dry. Hunger came back. His throat became witness of his anger and never swallowed again. His skin started to dry up and he did not move anymore.

When they finally found him he seemed to be peacefully sleeping. His skin was bitter dry. Beside him they also found the small bones from the baby he tried to eat. The people from the town decided not to bury him. He did not deserve it. In fact, they were very hungry. They devoured him and all went forgotten.