sábado, 20 de marzo de 2010

LA COLINA DE ATHALOCH (De un manuscrito encontrado en las ruinas de Akhen-Doi)

Athaloch bajó de la colina cabalgando. Era una mañana plomiza. El Sol apareció muy tímido y pronto se ocultó tras grandes cúmulos de nubes. La hierba estaba muy húmeda y le invitaba a recordar las ultimas mañanas de verano. Hasta hacia pocos días el mismo olor indicaba a los pequeños animales que salieran de sus madrigueras y buscaran alimento antes de que despertaran los grandes depredadores.

Llegó al pie de la colina. Ahí lo esperaban los siete truenos de Gryna. En perfecta formación, los hijos de la muerte lo invitaban a cometer una imprudencia. Lanzarse sobre ellos significaba caer en una trampa segura. Era necesario esperar.

(Frase ilegible).

De todas maneras, la muerte era el más seguro desenlace al enfrentarse a aquellos seres semi-humanos de mirada rojiza y aliento nauseabundo. Los siete truenos le habían esperado toda la noche. Su misión era destruir a aquel muchacho de ojos coléricos y carácter huraño que había osado retar la voluntad de la diosa.

Athaloch abandonó su hogar al ver el incendio de la ciudad de Tloe, a la que nunca llegó a acercarse.

(Trozo ilegible que termina con "... la ira de la diosa del mundo oscuro").

Su destino era otro y se encontró con él en una villa cercana al Leigh Daar. Los truenos de Gryna habían convertido un floreciente valle en un yermo maloliente. La gente moría de hambre y pocos niños sobrevivían después de los cuatro años. Muchos nacían deformes. Pero la gente de Khela no se rendía. Estaban empeñados en no abandonar su hogar y preferían morir en la tierra de sus padres que escapar de los siete demonios que los acechaban día tras día.

Allí en Khela, Athaloch comprendió que su deber era ayudar a aquella gente. Luego de muchos años conviviendo con los lobos de los montes de Gwyrd, había comprendido lo que era la solidaridad entre hermanos de raza. Además su voluntad ya no le pertenecía. La había extraviado en los ojos de una joven de Khela. Thenay-Lu era hermosa, la más hermosa criatura que pudiese habitar en el mundo. Su corazón se enterró en Khela apenas la vio, una tarde de verano cuando cruzó las puertas de la villa.

Athaloch dió una palmada al caballo. El noble bruto estaba sudoroso y tenso. Y su último pensamiento voló hasta ella. Luego desenvainó su espada. Tomó el hacha de guerra en su mano izquierda y alzó ambos brazos. Era la señal esperada. Los siete truenos aullaron y se abalanzaron sobre él.

Tres días después llegaron doce hombres de Khela. También llegó Thenay-Lu. No había sangre. No había huesos ni señales de violencia. Sólo encontraron un gran Lobo Gris gimoteando sobre una espada rota. Nadie volvió a ver a los siete truenos y, con el tiempo, la tierra se fue recuperando. La gente de Khela volvió a cultivar. Thenay-Lu se fue a vivir a una colina cercana. Construyó una cabaña con ayuda de los niños de Khela y ahí esperó su ultimo suspiro, acompañada por Garrna, el lobo gris que encontró donde esperaba hallar los restos de Athaloch. La gente de Khela comenzó a llamarla la señora de Athaloch-Mawr, la colina de Athaloch.

Nada se supo sobre el destino final del joven montañés, pero la gente de Khela asegura que todos los años, cuando comienza el otoño se escuchan los gritos de guerra de Athaloch, luchando contra los siete truenos de Gryna.

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