lunes, 29 de marzo de 2010

Sag Ymath enyë Aramat (Parte 2)


Ymath vivía en los montes de Pyr, al sur de Myrvadiel. Vivía sólo. Un gran lobo gris era su única compañía. Juntos cazaban para sobrevivir y protegían el lago de las Tyëninn.

Ymath era alto y poderoso. De mayor talla que cualquier otro hombre, era capaz de vencer a un gran oso pardo con sus brazos como únicas armas. Una gruesa piel de doonta cubría su cuerpo y usaba un gran cuerno para anunciar su llegada. Su cabello era negro y grueso, y le cubría casi toda la espalda. Su barba era también negra y su piel dura como la corteza de un roble. Las gentes de Luadan lo llamaban "Piernas de Sauce" y decían que la fuerza de cinco caballos briosos no era suficiente para moverlo de donde estuviera de pie.

Durante casi todo el año, Ymath vivía en los montes. Pero en verano, pasaba todo el tiempo cerca del lago. Durante la estación de calor las Tyëninn se acercaban a la orilla y entonaban dulces y maravillosas melodías. Ymath se recostaba de alguna encina y dejaba que las Tyëninn lo alimentaran. Al llegar la noche, Fhen bajaba también de los montes de Pyr y se echaba al lado de Ymath. Piernas de Sauce dedicaba su tiempo a contemplar las estrellas. Las melodías nunca terminaban y pronto los vientos y las hojas muertas anunciaban la llegada del otoño.

Sin embargo, aquella noche sucedió algo inesperado. Ymath saboreaba una fruta del árbol Twë cuando las Tyëninn comenzaron a gritar y lamentarse. El gran Piernas de Sauce sabía que esto era señal de alarma y un mal augurio. Rápidamente, Fhen se ocultó tras de unos arbustos. Ymath hizo lo mismo tras un grupo de árboles Twë. A pesar de su tamaño su agilidad le permitía esconderse y pasar desapercibido.

Un pequeño ejército se acercaba. En medio de un grupo de altos guerreros, armados con grandes hachas y lanzas de doble punta, cabalgaba una figura aterradora. Su delgado cuerpo se ocultaba bajo una túnica negra que sólo dejaba ver un par de manos huesudas y de largos dedos. El extraño no giró su rostro, sin embargo, Ymath juraría que lo había mirado a los ojos. El poder que emanaba su mirada, logro producir un fuerte escalofrío en el cuerpo de Ymath.

La compañía se alejó hacia Tloë. Fhen salió de su escondite y se reunió con Ymath. -Eran sólo sesenta hombres- dijo el gigante. Pero Fhen sabía que Ymath había sentido el mismo temor que él, un lobo viejo y sabio, había experimentado cuando aquella figura embozada había atravesado su espíritu con la mirada.

Las Tyëninn estaban ocultas bajo el agua, junto a su padre. Pero una de ellas, cuyo corazón pertenecía a Ymath desde hacía mucho tiempo, se acercó a la orilla y lo llamó. Piernas de Sauce se acercó tembloroso aún.

- Es Aikhas, el amo de Sigart-Qyan - le dijo la doncella del lago.

Ymath estaba confundido. Este era su primer encuentro con la magia. La más terrible magia que existía entonces. Había oído hablar del hechicero. Las gentes de Luadan contaban horribles historias sobre los poderes del nigromante y cómo éstos le habían permitido esclavizar a muchos pueblos al sur del río Iriun.

- Viene a destruir Myrvadiel, el Castillo de la Dama- continuó la doncella.

- Que lo haga- pensó Ymath. No son mis asuntos. No soy un guerrero.

Ymath se alejó seguido por Fhen y comenzó a ascender hacia su hogar, los montes de Pyr. Pasaron algunos días, pero algo había cambiado. Ymath recordaba las palabras de la Tyëninn. Pensaba en el nigromante. En Myrvadiel. Sentía temor por sus amigos en Luadan y observaba angustiado como las aves huían hacia el Suroeste.

Una mañana comenzó a caminar. Bajó de los montes y siguió hacia la villa de Liek. Saludó a unos amigos y continuó hacia el gran acantilado. Descendió por el risco y caminó por la orilla del mar. Luego subió por las rocas del abismo de Oryck y, poco a poco, se fue acercando hacia los ojos del mundo. Pozos gemelos ubicados en una pequeña meseta, de aguas tibias, con sales vivificantes y restauradoras. Ymath no sabía por qué se dirigía hacia esos pozos, pero de pronto escuchó ruido de caballos y se ocultó tras unas rocas para poder observar, sin ser visto, a quienes se acercaban. Se sintió como un depredador, acechante y sigiloso.

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