lunes, 7 de marzo de 2011

ELLA


Hoy traté de conversar con ella. Una hembra formidable. Dijo conocerme de antes. Yo no supe que decirle, pues su apariencia se me antojaba bastante común entre las de su tipo.

Su flagrante desnudez no me desagradó, pero tampoco me alteró demasiado. Sus ojos, inquietos, me detallaron en un fugaz recorrido. Luego se acercó y comenzó a contorsionarse. Imagino que para acaparar mi atención.

Llovía. La luz que entraba por la ventana era tenue y plomiza. Sin embargo, el ruido de la lluvia parecía reverberar sobre sus pasos y el color de su tez se enfatizaba con aquella penumbra diurna.

Yo comencé a preguntarle sobre su vida. Como no contestaba, inicié algunos comentarios sobre la mía. Le señalé qué, más allá del criterio cronológico, me sentía confuso, al percibirme joven y anciano en yuxtaposición.

Ella seguía en silencio. Yo me callé y decidí esperar.

Entonces, ella se aproximó. Realizó un primer contacto con mi mano. Fugaz, casi imperceptible. Retrocedió. Pero imagino que al verme relajado decidió aventurarse. El contacto con mi mano me sorprendió bastante. Fue casi tímido, muy débil como sensación táctil. Pero su efecto en mis otros sentidos fue muy significativo.

Nos mantuvimos en tensión. Creo que transcurrió casi un minuto. Entonces atacó. Lo demás fueron gritos y contorsiones. Mi respiración se tornó entrecortada y espasmódica. Mis pulmones se hicieron pequeños y el aire comenzó a parecerme inútil y escurridizo.

Ella se apartó y huyó. No ... sólo se alejó para observar, mientras el veneno me entumecía y me paralizaba hasta darme muerte.

Aparecieron otros alacranes. Pero sólo ella permaneció tranquila, emocionada, victoriosa, al pie de la grieta en la pared.

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