La gloria sobre la propia muerte. Recordaba Lady Aryse mientras
contemplaba los campos cultivados que se extendían desde el sotobosque hasta
las orillas del río. Tres inviernos habían ya dejado su huella sobre esos
mismos campos desde el ataque de las huestes de Danghor Blekka. No habían
recibido palabra nueva alguna sobre el Señor de la Muerte y sus tropas desde
que se les vio embarcarse en los puertos norte con rumbo aún desconocido.
La gente de Vurathi comenzaba a
prosperar. Los cultivos se fortalecían. Las reparaciones en el castillo estaban
casi completas. Las puertas habían sido reforzadas y se habían construido dos nuevas
torres de vigilancia con almenas reforzadas y lugar para más arqueros. El
puente levadizo también estaba reforzado y su mecanismo había sido mejorado
gracias a la ayuda de los Elfos del Bosque Alto. La casa de Q´nar era fuerte
nuevamente. Sus tropas podían cuidar caminos y villas. La guardia del castillo
era más poderosa que nunca con los nuevos integrantes de la raza de los Enalfos
y sus poderosos arcos y relucientes hachas.
Todos los esfuerzos habían estado
concentrados en la defensa, la preparación para soportar el nuevo ataque de
Blekka. Pero el ataque no había llegado. Eso hacía que Lady Aryse se sintiese
incómoda, incluso molesta. Hubiese preferido luchar, vencer o morir. Pero la
incertidumbre no le permitía estar en paz, no le permitía sonreír. Mucho menos
le permitía bajar la guardia y disfrutar de los manjares que ante ella venían
colocando sus sirvientes. Sobre la gran mesa del salón de armas se entibiaba la
deliciosa carne de un jabalí. Sus capitanes disfrutaban de perdices asadas y
conejos en salmuera y ajo. Frutas, quesos, vinos y cerveza. Todo para celebrar
un nuevo año de paz y restauración.
La gloria sobre la propia muerte. La frase se repetía en la mente
de Lady Aryse. Igualmente se repetían las imágenes de las vidas perdidas
enfrentando a Blekka. Imágenes de muerte y desolación que se mezclaban con las
de su padre y hermanos, muertos por los Filbatha hace tanto tiempo. Sólo un
elemento en común. Wyverns.
¿Había alguna conexión? ¿Eran los
mismos nigromantes? ¿Eran ataques aislados? ¿Trataba alguien de destruir la
casa de Q’nar? Las preguntas se agolpaban en su cabeza como rocas que caen de
la montaña y encuentran a su paso un gran roble caído. Wyverns. Era muy difícil
saber el origen de aquellas bestias que hacía tanto tiempo no habitaban en toda
la vasta tierra del continente. ¿De dónde habrían llegado? ¿Volverían?
Las preguntas torturaban a Lady
Aryse mientras trataba de ser amable con los comensales que la rodeaban e
intentaban animarle. Sólo Taari comprendía que lo mejor era no importunarla. Su
señora, Lady Aryse Stormglance de seguro requería concentrar su mente en algo
que resultaría muy importante, mucho más importante que aquella deliciosa
comida y aquella dulce música que se escuchaba en el gran salón de armas.
Pasaron algunas semanas y
llegaron noticias de un grupo de guerreros que recorrían el campo, las tierras
de Vurathi allende el Bosque Alto y las cabeceras del río. Un grupo extraño,
sombrío y silencioso.
Evitaban a la gente y se movían
de noche preferiblemente. Se decía que varias bestias los acompañaban, pero
nadie sabía precisar cuáles. No parecían hostiles. No habían atacado a nadie.
No habían asaltado ninguna villa ni habían molestado a viajero alguno en los caminos
del señorío. No obstante, eran forasteros. Y en Vurathi los forasteros no eran
considerados como buenas nuevas.
Lady Aryse ordenó doble guardia
en el castillo. Las patrullas aumentaron en las tierras cercanas a la
fortaleza. Se enviaron mensajes para advertir a los Elfos de Bosque Alto y a
los Enanos de las Cuevas Rotas. Ambos pueblos respondieron reafirmando su
alianza con Vurathi.
Una tarde, cuando el sol empezaba
a declinar en el horizonte, una patrulla arribó a todo galope a las puertas del
castillo. Apenas había desmontado, el cabo que comandaba la patrulla pidió hablar
con Lady Aryse Stormglance. Pheshog escuchó la solicitud del oficial mientras
caminaba a hacia las caballerizas para revisar a su caballo y decidió
acompañarlo para evitar que la Guardia pudiese retardar la llegada del cabo
ante su señora.
- Ven conmigo Thigald. Le dijo al oficial - Yo te
llevaré ante Lady Aryse.
La encontraron en la torre de la
ciudadela, mirando hacia el camino principal desde el borde del muro.
- Mi señora. Se atrevió Pheshog - Hay nuevas sobre
la inesperada comitiva.
- Habla Thigald. Respondió Lady Aryse mientras
giraba su rostro y miraba directamente, primero a Pheshog y luego al joven cabo.
- Mi lady Aryse. Se dirigen hacia el castillo - Dijo
en tono grave el joven Thigald. Sereno pero expectante al mismo tiempo.
- Sí. Respondió Lady Aryse - Estarán aquí con el anochecer
de mañana.
- Con toda certeza mi señora - intervino Pheshog
sin salir de su asombro.
- Enviaron un mensaje, Pheshog - dijo sonriendo a
su capitán. - Me fue entregado hace poco enviaron un Pájaro Monje. Un ave
extraña para esta región, pero es una extraña comitiva así que no fue tampoco
una gran sorpresa.
- Preparen todo Pheshog. Habla con Taari, Wimrdä y
Nugurtha. Que todos estén dispuestos y alerta. Esta vez no nos pueden sorprender.
La dejaron en la torre de la
ciudadela, mirando hacia el camino principal desde el borde del muro. Algo le
decía a Pheshog que su señora dormiría poco esa noche.
Lady Aryse sabía que sus
capitanes se preocuparían pero no podía cerrar los ojos ante esta posible
amenaza cerniéndose sobre Vurathi cuando apenas comenzaban a recuperarse. Se
sentía cansada, pero la llama de la casa de Q'nar no dejaba de arder en su
interior. Lucharía hasta el final por su gente y su linaje.
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