La planicie
se abrió ante sus ojos. Hacia ella marchando a paso redoblado, las huestes de
Blekka. Su temible líder montaba su famosa yegua negra, Deathwhisper. Su figura
sobresalía aún en la distancia. Era más alto que la mayoría de sus hombres y
aún más alto que el propio Pheshog, uno de los pocos en superar en estatura a
Lady Aryse. Dragonmane pifiaba una y otra vez, impaciente por arrollar hacia la
refriega. Se escuchó un cuerno en la distancia, Lady Aryse comprendió que era
la señal del enemigo para iniciar la carga. En ese momento sintió la respuesta
de su ejército. Uno tras otro gritó hasta construir un solo bramido, un solo y
ensordecedor bramido. Taari el Viejo, acercó su montura.
- A vuestra señal mi Lady – Se colocó el yelmo y cerró
la visera. La loriga de su caballo tintineó.
- En cuanto estén al alcance de los arqueros Taari.
Quiero seis lanzamientos por arquero y luego que se retiren al esa floresta ahí
atrás.
- Así se hará mi Lady – respondió Taari.
Las huestes
de Blekka alzaron su grito de guerra y siguieron avanzando. Cada vez más
deprisa pero sin romper formación. Incluso los mercenarios Vasharas mantenían cierto
tipo de orden. Se podía sentir la tierra temblando bajo sus pisadas, el choque
de metal contra metal, el cuero rozando la piel y las armas.
Los
arqueros de Lady Aryse lanzaron la primera andanada de flechas. Muchos de los
hombres de Blekka cayeron, pero ninguno aminoró la marcha. Los truenos sonaron
en la distancia, pero parecían tímidas estrellas en una noche de Luna llena.
Los arqueros lanzaron una segunda y una tercera ronda de flechas. Entonces todo
se hizo oscuridad. El Sol pareció ocultarse y Lady Aryse comprendió sus más
profundos temores. En el cielo, frente a ella, oscureciendo el día estaba una
pareja de Wyverns. Dos enormes leviatanes de color negro con garras color
bronce y una enorme punta azul y venenosa al final de sus colas. En la nuca de
cada bestia un nigromante. Ambos vestían la típica túnica negra con el símbolo
de la Luna Oscura en la cimera. Mesayla fue el primero en reaccionar.
- Arqueros! Olviden a las tropas! Disparen a las
bestias, derriben esas aberraciones! Apunten a los Nigromantes! No pueden
protegerse y controlar a los Wyverns al mismo tiempo!
Taari el
Viejo continuó dando órdenes pero la confusión ganó unos momentos valiosos a
favor de las huestes de Dhangor Blekka y sus bestias de guerra. Dos escuadrones
de caballería fueron dispuestos para proteger a los arqueros, los hombres
trataron de mantener la formación de águila, pero un par de claros se hicieron
evidentes para el enemigo. En esos claros concentraron su ataque los capitanes
de Blekka, mientras los Wyverns atacaban al resto de la caballería y a la
vanguardia donde la propia Lady Aryse luchaba por mantenerse con vida sobre
Dragonmane. Entonces cayeron sobre ellos los mercenarios Vasharas.
Semi-desnudos llenos de tatuajes, de espaldas enormes y fuertes brazos,
luchaban con mazas y hachas de guerra mientras cantaban canciones de cuna. Así
las madres Vasharas preparaban a sus hijos para la guerra. Sus canciones de
cuna hablaban de sangre, muerte y destrucción.
Pheshog
contraatacó con sus cuatro compañías de piqueros y un escuadrón de caballería,
por algunos momentos su ataque tuvo efecto y los Vasharas vacilaron, pero
entonces los Wyverns volvieron a barrer con su cola el campo y la mitad de los
hombres de Pheshog perecieron o quedaron heridos.
Fue
entonces cuando el bravo Mesayla realizó la proeza por la que siempre sería
recordado. Tomó su arco élfico y apunto utilizando el aventajado sentido de la
vista que había heredado de su madre. Con una flecha de abedul y punta de plata
atravesó el corazón de uno de los nigromantes. El mago oscuro murió en el acto
y el Wyvern macho se vio liberado del hechizo que lo mantenía mentalmente esclavizado.
El monstruo
cayó a tierra matando guerreros de ambos bandos. Luego remontó el vuelo y atacó
a su hembra, para derribar al otro nigromante que, utilizando sus últimas
fuerzas, logró desaparecer y huir así de la batalla.
Mesayla
sonrió y orgulloso buscó la mirada de Lady Aryse. Ese fue su error. Dos
guerreros de Dhangor Blekka lo atravesaron con sus espadas y un Vasharas le
hundió el cráneo con su mazo. Así terminaron los gloriosos días de Mesayla, el
pequeño gigante. Lady Aryse gritó, gritó con todas sus fuerzas y entonces dio
rienda suelta a su dolor. El miedo desapareció y la ira tomó su lugar, una ira
incontenible que la llenó de fuerza y determinación.
El viejo
Taari logró reordenar el flaco derecho y cayó sobre los desconcertados Vasharas
que consideraban un terrible presagio la huida de los Wyverns. Los capitanes de
Blekka trataron de contenerlos, pero finalmente comenzaron a huir en
desbandada. Muchos corrían gritando “¡bellura
selflia!” seguros del inminente ataque de una hueste élfica.
Lady Aryse
cortaba y tronchaba a ambos lados de su montura y Dragonmane arrollaba a todo
el que se cruzara en su camino. La melena roja de Aryse estaba salpicada se
sangre y eso le daba un aspecto más aterrador, muchos retrocedían al verla y sólo
algunos seguían intentando derribarla. Con la mirada buscaba a Blekka, quería
luchar con él, hacerle pagar por la muerte de Mesayla y de tantos de sus
hombres. Pero el enemigo no aparecía por ninguna parte. De pronto giró y se
encontró chocando su espada, Gilandar, contra la espada de Pheshog.
- Están huyendo mi Lady – el campo es nuestro.
Ella
sonrió. Pheshog le respondió con otra sonrisa, sólo para mirar horrorizado como
sangraba el costado de su Lady Aryse. Un gran tajo recorría el torso de la dama
desde la axila hasta la cadera y la sangre manchaba sus ropas y la cruz de
Dragonmane. Fue lo último que vio Lady Aryse ese día. El terror en la mirada de
Pheshog y luego sólo oscuridad. Sus guardias la bajaron de Dragonmane que pareció
entender y no reaccionó ante la ausencia de su jinete. Dócilmente se dejó
llevar por Pheshog hasta el campamento.
Ese día no
hubo canciones. No hubo celebraciones. No hubo festín ni cerveza de brezo. Eran
demasiado los muertos. Los amigos caídos llenaban de tristeza los corazones de
los vencedores. La pérdida de Mesayla sumió a las tropas en una profunda
tristeza y muchos veteranos lloraron en silencio. Los que no lloraban a Mesayla,
elevaban sus pensamientos a los dioses y a sus ancestros, para que protegiesen
la vida y la salud de su señora, Lady Aryse Stormglance que se debatía entre
este mundo y el de los ancestros.
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