Lady Aryse
Stormglance dio una leve palmada al cuello de su montura. Dragonmane se movió grácil
y orgulloso hacia la pequeña elevación que se levantaba desafiante ante aquella
llanura interminable, sin fin en el horizonte. Los seguían cinco jinetes de la
guardia y los tres capitanes de la dama Pheshog, Taari el viejo y Mesayla.
Por un
instante, Lady Aryse se dejó abrazar por el miedo, el más puro terror se adueñó
de su mente y de su cuerpo, lo dejó vagar por su piel y sus vísceras por sólo
un instante para dejarlo vagar y alejarse de su ser y de su ejército. El mismo
Dragonmane pudo sentir ese terror, ese sentimiento que inexplicablemente le
transmitía su dama antes de cada batalla. Pero Dragonmane también conocía lo
breve de su presencia, lo efímero de su efecto sobre el espíritu de Lady Aryse
y sobre su propio poderoso corazón de caballo. Entonces pifiaba orgulloso y
dejaba salir un relincho que parecía cubrir el paisaje. El era Dragonmane. Un
gran semental de los Niaspi, el antiguo linaje de caballos de batalla. Era
noble, fuerte y temerario en la refriega. Dragonmane era el caballo de Lady
Aryse Stormglance. Más rápido que la mayoría de los caballos de batalla y la
mejor montura para una carga valerosa. Sus crines eran de dos colores, blanco
ceniza con marrón claro, y por eso lo llamaron Dragonmane, como todos suponían
eran los colores de los ancestrales dragones de Siluvia.
Taari el
viejo se atrevió a romper el silencio: -
Son muchos mi Lady. Más de cinco mil hombres a pie y por lo menos tres
regimientos de caballería, sin contar los mercenarios Vasharas. Un ejército
formidable.
Bah! –
respondió Mesayla – más alimento para mi hacha, eres sólo un viejo comedor de
verduras.
De extraña
fisonomía por su origen mestizo el rubicundo Mesayla era superado en tamaño
casi por todos los miembros del ejército de Lady Aryse, pero su cuerpo había
heredado la fortaleza del linaje de los enanos al que pertenecía su padre, con
los rasgos angulosos y delicados del rostro de su madre, la legendaria Filthumvilya,
de renombre entre las guerreras elfas del bosque de Doreani.
Pheshog, el
más callado, el más leal de todos los soldados de Lady Aryse, se atrevió a
hablar en ese momento: - Somos menos es cierto. Pero estamos mejor armados y
mejor cohesionados. La moral de los hombres es alta mi Lady.
- Lo sé mi
buen Pheshog – habló finalmente Lady Aryse – Pero no se trata de un ejército
cualquiera. Se trata de Dhangor Blekka, el señor de la muerte lo llaman. No ha
sido derrotado. No por mucho tiempo, al menos. Además nuestros guerreros están
agotados por la marcha forzada de los últimos dos días. Tendremos que
aprovechar hasta la última gota de sangre y sabiduría que poseemos.
¡Despliegalos en formación vuelo de águila! ¡Debemos destrozar el centro y
evitar ser envueltos por la caballería! ¡Quiero seis rondas de flechas antes
del combate cuerpo a cuerpo, y no quiero perder un solo arquero! Vamos trío de
niños a divertirse! ¡Suerte y buena caza! ¡Nos veremos aquí otra vez, al
terminar la batalla!
Lady Aryse
Stormglance, giró con Dragonmane y se dirigió hacia la vanguardia de su ejército.
Esta sería una batalla memorable, pero muchos de sus guerreros no podrían
recordarla pues quedarían sembrados en el campo para alimento de los buitres
que ya sobrevolaban con su lúgubre paciencia sobre aquella planicie. Esta vez
el miedo parecía acecharla desde un rincón de su mente. No había logrado
alejarlo del todo. Eso no era un buen presagio, pero intentó empujarlo hacía el
borde de su consciencia. Tenía que arengar a sus tropas y una batalla que
ganar. Ya habría tiempo para el miedo, pensó. Un escalofrío recorrió su cuerpo
y Dragonmane respondió con otro relincho.
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