-
Mi señor, el enemigo se acerca
Una y otra vez había
escuchado esa frase, en boca de su heraldo, Ingwil el Joven. El Príncipe de los
Siete Castillos alzaba su hacha de guerra y sus hombres preparaban sus armas
para la lucha. Cientos de espadas comenzaban a cortar el aire y la Guardia del
Príncipe levantaba sus poderosos martillos de guerra.
Cuando el enemigo estaba
bastante cerca, Mac Haralt comenzaba a ganar la batalla. Con su mirada
fulminaba el valor de los jefes contrarios. Sus ojos parecían dejar pasar la
fuerza más oscura a través de sus pupilas. El efecto era inmediato sobre la
templanza que cualquier mortal pudiese tratar de mantener frente a él.
En ese momento, la gran
hacha comenzaba a girar en la mano de Guntran y el heraldo lanzaba el grito de
guerra, que repetían los hombres de Mac Haralt antes de lanzarse sobre sus
temerosos adversarios entonando el himno de Gryna, la diosa de la muerte. Gryna
era la única divinidad a la cual Guntran parecía rendir pleitesía.
Esta vez, derrotaba a su
último enemigo en la isla de Ibwc. Ahora era toda suya. La batalla fue corta y
por eso no menos sangrienta que las anteriores. La victoria fue de Mac Haralt.
La figura del Príncipe de
los Siete Castillos era terrorífica. Sus propios soldados le temían. Su yelmo
era un cráneo de ciervo, reforzado con bandas de plata. Estaba adornado con
cientos de plumas de cuervo de un color negro irreal. Su cabello largo, rubio
como su barba, se deslizaba sobre una gran piel de lobo gris que cubría su
armadura.
El caballo de Guntran era
negro y de ojos rojos. Su amo lo llamaba Yar. Más alto que los demás equinos,
mordía a los caballos del enemigo durante la batalla y, muchas veces, lograba
darles muerte de una dentellada. Se decía que Yar era en realidad un demonio
atrapado en el cuerpo de un caballo, pero nadie se atrevía a preguntarle algo a
Guntran sobre su montura.
El cuerpo de Mac Haralt
estaba marcado por innumerables cicatrices. Dos veces había sobrevivido a tajos
mortales. Cualquier otro ser humano habría cedido al seductor llamado de Gryna
y habría recibido con resignación el canto de los ancestros. Pero Guntran no
había nacido humano. Al menos no del todo.
Muy bueno me gusto
ResponderEliminar