El mograth alzó su mazo. Su hedor confundía los sentidos y la sangre de sus heridas lo ennegrecía todo. Un solo golpe, una sola caída del monstruoso brazo en pos de su cabeza y todo terminaría. Se sentía cansado, indefenso, agotado. Apenas podía respirar. Esta era su ultima lucha. No más búsqueda, no mas hechizos, no más guerreros ni batallas. Exhaló. El mograth lo miró sorprendido y se detuvo sólo un instante para saborear su triunfo. Una leve vacilación antes de saborear la carne del vencido. Un instante. Suficiente tiempo para sentir el filo de tres hachas clavarse en su espalda.
- Cinco mograths, uhm... diría que tienes mucha suerte ashrain -. El tono despectivo que el minotauro usaba para hablar de los humanos no le molestaba tanto, como su significado en alto luindun.
- Creo que tienes razón Megula. Creo que más suerte que Zalab -. El látigo resonó y Jakkan hizo un gran esfuerzo para ahogar un grito.
- ¡Lashor! Te he dicho mil veces que no uses ese maldito látigo. Vengarnos así de los ashrain sólo nos disminuye a su inferior posición en el reino del todopoderoso Zonim.
- Y yo te he dicho Megula que yo soy Lashor Xarakan, segundo en el linaje de Inith. ¡Y no tengo porque obedecer a un plebeyo, así sea Capitán de
- Pues empieza por ayudar al joven Zalab, así la emperatriz no nos enviará al exilio en Nashara sin armas y sin cuernos para morir de sed y no ser reconocidos por Zonim.
Lashor palideció al ver a su compañero tirado en el suelo con un charco de sangre alrededor de su cabeza y una lanza clavada en su muslo derecho.
- Me alegra que se entiendan bien entre ustedes Megula. Estoy seguro que mi viaje hacia tus tierras será muy tranquilo.
El minotauro lo miró con furia, pero también estaba cansado y sus órdenes eran llevar al ashrain con vida ante las puertas de Vilnagar. Allí sería juzgado por sus crímenes contra el pueblo de Zonim.
Los minotauros se consideraban a sí mismos una raza superior, destinada a gobernar el mundo. Sus sacerdotes aseguraban que su linaje se remontaba a épocas en las cuales los hombres no tenían el don de la palabra y se comportaban como bestias salvajes. Zonim, el rey mítico de la antigua raza se había apiadado de los hombres y les había enseñando a utilizar las palabras. Para no despertar temor viajó solo, sin armas y sin escolta, hasta las fronteras de su reino y así llevó la sabiduría a los hombres. Zonim les enseñó además como hacer fuego, como cultivar, como construir casas y almacenes, como controlar los ríos y hacer naves para cabalgar sobre el mar. Pero los ashrain, mezquinos y traicioneros, temerosos de que Zonim enseñara la sabiduría a las demás criaturas, lo asaltaron una noche en su lecho. Lo encadenaron y lo confinaron en
Hey bastante interesante para leer; gracias por compartirlo!
ResponderEliminarSaludos!