Los defensores quedaron
diezmados. Muy pocos habían sobrevivido y muchos de los heridos no verían el
amanecer. Lady Aryse recuperó los cuerpos de su padre y su hermano. Los
funerales fueron breves y tristes. Muy tristes. Los Vurathi caminaron altivos
alrededor de ambos túmulos, como en antaño. Pero no había gloria en sus
miradas, sino una gran desolación. La casa de Q’nar se había quedado sin
heredero. La línea se había roto. Seguramente otra casa tomaría las tierras y
el poder en Vurathi.
Elfos y enanos regresaron a sus
reinos. Dejaron algunos trabajadores y orfebres para ayudar en la
reconstrucción. Ambos pueblos levantaron sus estandartes pero marcharon en
silencio de regreso a sus hogares.
Los Enalfos sobrevivientes fueron
invitados a quedarse. Ayudarían en la reconstrucción y recibirían a cambio un
hogar. Los proscritos aceptaron y consideraron pagada la deuda por sus muertos.
Entre los Vurathi sobrevivientes a
la batalla el ánimo era sombrío. El destino era un oscuro pozo donde podían
ahogarse todas sus esperanzas. Dos días después de los funerales de Lord Aroth
y el joven Arath, las gentes de Vurathi seguían enterrando a sus muertos. Eran
demasiados.
Esa tarde, al ocaso, vestida aún
con su armadura manchada de sangre, Lady Aryse decidió salir al encuentro de su
pueblo. Se encontró con la desesperación en la mirada de su gente. La tristeza
de las madres, la amargura de los padres y el miedo de los hijos de los caídos.
En cada mirada había un reproche y una súplica. Un dejo de rabia en cada
sonrisa y una gota de ilusión en cada lágrima derramada.
Lady Aryse Stormglance la
llamaban ahora, pues sus ojos grises llevaban una tempestad de emociones en su
brillo y causaban algo de incomodidad, tristeza y temor en quienes le sostenían
la mirada.
- ¡Gente de Vurathi! – comenzó a decir en tono
pausado pero firme. – La oscuridad ha caído sobre nosotros. La tristeza atenaza
nuestros corazones y el mañana es sólo una aciaga certeza. Quiero decirles - la voz se le quebró – Quiero asegurarles
que estarán protegidos. El enemigo se ha retirado a sus tierras. Nuestros
exploradores los han visto regresar en sus naves. Hemos pagado un alto precio,
pero nuestra Guardia aún cuidará nuestro castillo y nuestros caminos.
Reconstruiremos lo que el fuego ha devorado. Cultivaremos otra vez los campos
arrasados. Nuestros aliados, elfos y enanos, enviarán más ayuda. Nuestros
hermanos Enalfos se quedarán entre nosotros y fortalecerán nuestros muros,
engrosarán nuestras fuerzas y crecerán entre nosotros. Sus niños jugarán con
los nuestros y soñarán con un futuro, juntos.
Su gente la miraba, atenta, pero
demasiado afectada por la incertidumbre. Entonces Lady Aryse expresó lo
impensable.
- Yo gobernaré Vurathi. Restableceré el linaje.
Conmigo se mantendrá la casa de Q’nar si ustedes así lo desean. Yo puedo seguir
con el gobierno de mi padre. Honrar su memoria y mantener sus promesas. La
misma sangre vertida por mi padre y por mi hermano Arath – nuevamente se le
quebró la voz – me dará la fuerza para protegeros y apoyaros como ellos lo
hicieron. Pero si ustedes piensan que debo entregar Vurathi a otra casa, los
entenderé y obedeceré vuestros corazones. ¿Qué me dicen? ¿Cuál es vuestra
decisión?
Los Enalfos fueron los primeros
en contestar. Finalmente tenían un hogar y no estaban dispuestos a perderlo.
- ¡Lady
Aryse Stormglance! ¡Lady Aryse de Vurathi! !Gellam
Tanatur!
La gente de Vurathi pareció
animarse. Los hombres jóvenes primero, luego los miembros de la Guardia que la
habían visto luchar como una fiera salvaje en la refriega final contra los
Filbatha. Luego los veteranos, los enfermos, la mujeres y aún los ancianos,
todos comenzaron a vitorear a su señora.
- ¡Lady
Aryse! Lady Aryse de Q’nar! ¡Lady Aryse Stormglance! !Gellam Tanatur!
Al final, todos gritaban al unísono.
El ruido era ensordecedor. Se escuchaba el orgullo sobre la pena. La esperanza
sobre la angustia. La gloria sobre la propia muerte.